Dirigida por Corin Hardy (Los hijos del diablo, 2015) y con un trío protagónico bastante agradable en Taissa Farmiga (hermana menor de Vera, quien da vida a Lorrain Warren), Jonas Bloquet y Demián Bichir, La monja, en sus 96 minutos de duración, ni se acerca a lo logrado por James Wan cuando conocimos brevemente al tan temible personaje (interpretado por Bonnie Aarons) en El conjuro 2.

2/5

Así como el 3-D fue una novedad en su tiempo, la idea de los “universos” y las probabilidades que estos ofrecen es lo que seduce a Hollywood hoy en día. Al igual que el formato tridimensional, no cualquier película merece ser realizada bajo el pretexto de rellenar una linea temporal. Y por si no fuera suficiente con Annabelle – cabe destacar que la segunda entrega es decente en comparación a la primera – Warner Bros., como si quisiese encontrar el éxito que le es esquivo con el Universo Extendido de DC, estrena La monja, otro intrascendente spinoff dedicado a uno de los personajes que conocimos en la saga de El conjuro.

Dirigida por Corin Hardy (Los hijos del diablo, 2015) y con un trío protagónico bastante agradable en Taissa Farmiga (hermana menor de Vera, quien da vida a Lorrain Warren), Jonas Bloquet y Demián Bichir, La monja, en sus 96 minutos de duración, ni se acerca a lo logrado por James Wan cuando conocimos brevemente al tan temible personaje (interpretado por Bonnie Aarons) en El conjuro 2.

En Rumania de 1952, una monja decide quitarse la vida para que Valak, un antiguo demonio, no tome posesión de su cuerpo. A la mañana siguiente el cadáver es encontrado por Francés (Bloquet), un encantador aldeano que abastece a las monjas en su abadía. Al enterarse de la situación en Roma, el Vaticano envía al Padre Burke (Bichir), acompañado de la Hermana Irene (Farmiga), una novicia, a evaluar lo sucedido. Mientras ambos conducen la investigación en la abadía, la maligna presencia de Valak amenaza con atormentar su estadía.

Obviando el hecho que La monja no es más que la representación de un estudio dispuesto a exprimir al máximo una franquicia suya, un cash-grab en toda la extensión de la palabra, la película sufre de una seria inconsistencia tonal. Escrito por Gary Dauberman, autor de los libretos de las dos entregas de Annabelle y el remake de Eso (Andrés Muschietti, 2017), el filme logra por momentos construir una atmósfera, pero ésta colapsa frente al forzado humor inyectado por el guión.

Afortunadamente, Farmiga, Bichir y Bloquet (el tan indeseado comic relief) se lucen por igual en los roles protagónicos, porque debajo del encanto que los tres actores logran imprimirle a sus roles, La monja es una de las películas más genéricas que el género nos ha entregado este año. De aquellas que son efectistas a mas no poder. De aquellas en las que el departamento sonoro (y los detestables jump-scares) se encargan de generar los pocos sustos que se tiene para ofrecer.

Más allá de los evidentes problemas de guión, este tipo de películas no funcionan porque no tienen cómo sustentarse. De hecho, la idea de realizar un largometraje de 96 minutos basado en un personaje que vimos hace dos años por unos cuantos segundos es casi admirable. Pero eso no justifica que Warner quiera construir un universo en base a lo que James Wan ponga sobre la parrilla. Y digo esto porque hay planes para otro spinoff, ahora inspirado en otra de las entidades demoniacas que conocimos en El conjuro 2: El hombre encorvado. Dios nos libre.

Farmiga, Bichir y Bloquet merecen todo el crédito por hacer que una película relativamente corta como esta sea digerible. Y como no podría ser de otra forma, la última escena ata algunos cabos sueltos en relación a la endeble conexión que existe con El conjuro, pero eso no basta para hacernos olvidar 96 minutos de personajes mal escritos, sustos baratos y una historia floja. En vez de ver La monja, sólo vean las dos escenas en las que aparece en El conjuro 2. Seguro eso los asusta más.

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