Adaptada de la novela homónima de Ernest Cline publicada en 2011, Ready Player One: Comienza el juego tiene destellos efímeros de aquél Spielberg que nos cautivó con clásicos de ciencia ficción como E.T., el extraterrestre y Encuentros cercanos del tercer tipo (sólo para nombrar un par), pero esta nueva realización suya, quizás la más dependiente de efectos por computadora de todas, no está ni cerca de lo que se podría esperar de un visionario de su calibre.

3.5/5

Con el fracaso crítico de Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft, estábamos, una vez más, frente a una adaptación fallida inspirada en un juego de vídeo. Sin embargo, y pese a que la nueva película de Steven Spielberg no califica del todo como tal, podemos afirmar que Ready Player One: Comienza el juego es lo más cerca que hemos estado de una transposición fílmica bien lograda inspirada en un videojuego.

Adaptada de la novela homónima de Ernest Cline publicada en 2011, Ready Player One: Comienza el juego tiene destellos efímeros de aquél Spielberg que nos cautivó con clásicos de ciencia ficción como E.T., el extraterrestre y Encuentros cercanos del tercer tipo (sólo para nombrar un par), pero esta nueva realización suya, quizás la más dependiente de efectos por computadora de todas, no está ni cerca de lo que se podría esperar de un visionario de su calibre. 

En el 2045 el mundo es tan inestable por el calentamiento global y la sobrepoblación que las personas prefieren sumergirse en OASIS, un programa de realidad virtual donde sus jugadores pueden adoptar la forma de cualquier avatar para distraerse del mundo real. Wade Watts (Tye Sheridan) es un joven de 18 años que vive con su tía en un complejo de remolques en Columbus, Ohio, la ciudad de mayor crecimiento del planeta. Wade aspira a ganar la “Búsqueda de Anorak”, un juego inventado por el creador de OASIS, James Halliday (Mark Rylance), el cual sólo puede ser superado si el jugador encuentra tres llaves y un Huevo de Pascua. Con la ayuda de Samantha (Olivia Cooke), otra recolectora, Wade emprende una búsqueda para hallar todas las pistas antes que Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), el malvado jefe de IOI (Innovative Online Industries), una corporación que planea tomar control sobre OASIS.

Lo mejor que puedo decir de Ready Player One es que es la mejor película sobre un juego – no está adaptada en uno, pero qué mas da – que se ha visto hasta ahora. Fuera de eso, la adaptación sólo reafirma que Spielberg, a pesar de contar con más recursos, es incapaz de crear algo memorable como solía. Y es que antes de esta iteración el director nos había decepcionado con quizás la película más mediocre de toda su carrera: otro adaptación que es más animación computarizada que live-action: Mi buen amigo gigante.

Ready Player One tiene su encanto, en buena medida por el sólido trabajo protagónico de Sheridan y Cooke, pero la película, cuyo libreto fue co-escrito por Cline, el autor de la novela, y Zak Penn (Hulk: El hombre increíble, 2008) no sólo se apoya en demasía sobre efectos visuales (diría con seguridad que el 70% de la película es animación), sino también apela sobre la gratuidad nostalgia de ver a personajes de películas (desde el Gigante de acero hasta King Kong) y juegos de video (Overwatch, Halo, etc) en calidad de easter eggs. La película va a lugares interesantes, como cuando Wade, Samantha y otros jugadores entran a El resplandor de Stanley Kubrick (así como lo leen). Es un concepto interesante, pero Spielberg, casi falto de imaginación, se conforma tomando las rutas más transitadas del género.

De no ser por las composiciones de Alan Silvestri, el eterno compositor de Robert Zemeckis que hizo un trabajo espectacular capturando el estilo de John Williams, Ready Player One podría haber sido dirigida por cualquier otro director que no sea Spielberg y no nos hubiésemos dado ni cuenta.

Si Ready Player One no tuviera la firma del director de Sentencia previa e A.I Inteligencia artificial, seguramente no habría mayor lío con lo corriente que es la película. Pero se trata de una película de Spielberg, uno de los maestros del género, lo cual podría desalentar a quienes esperen más que una adaptación que cumple, como a la par de un buen juego, entreteniendo, pero que sorprende por su falta de ambición.

Al menos es mejor que Pixeles (Chris Columbus, 2015).

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