Rogue One: A Star Wars Story

Por Julio Fernando Navas

Tras siete episodios engendrados a lo largo de cinco décadas, el universo de Star Wars no había experimentado cambios significativos hasta ahora. Exceptuando el hecho que The Force Awakens caminó sobre los pasos de A New Hope, todo lucía igual. Desde los créditos iniciales en los que se explica el contexto de la historia hasta el clásico barrido entre escenas. Star Wars estaba jugando sus cartas con cautela, pero gracias a su primer spinoff la palabra “guerra” finalmente cobra sentido.

Rogue One: A Star Wars Story del director Gareth Edwards (Godzilla) es todo todo lo que The Force Awakens se proponía ser. Se siente como parte del universo Star Wars, pero como algo completamente ajeno. Recurre a personajes conocidos (una pequeña pero muy bienvenida dosis de Darth Vader), pero no desatiende a los nuevos. Para una saga próxima a cumplir medio siglo de vida, un cambio estaba pendiente, y eso es lo que Rogue One ofrece.

Después de los acontecimientos de A New Hope, Rogue One comienza con Orson Krennic (Ben Mendelsohn), un desarrollador de armas, intentando persuadir a Galen Erso (Mads Mikkelsen), un científico, para que acabe de construir la Estrella de la Muerte, una estación espacial capaz de destruir planetas, para el Imperio. Sin ninguna opción viable Galen accede, pero secretamente instala una falla para que la Estrella pueda ser destruida. 15 años después, la hija de Galen, Jyn (Felicity Jones), se une a la Rebelión para encontrar el plano de la nave y así esparcirlo por toda la galaxia.

Rogue One: A Star Wars Story

De entrada, lo primero que capta nuestra atención es que Edwards, a nivel estético, ha logrado romper el canon que hacía que las películas de la saga se sientan como un relato extendido. Rogue One es diferente a todo lo que hemos visto de este universo no sólo porque el tono de la historia es un poco más sombrío o por la diversidad del reparto, sino porque finalmente hay una aproximación con el género bélico. Es pequeña pero bienvenida.

Si bien Edwards aboga para que Rogue One encuentre su propia identidad entre las otras siete películas, el director está consciente que también tiene que estar al servicio de un público específico, y es por eso que volvemos a encontrar a un trío protagónico (tal cual como en las dos trilogías y el séptimo episodio), en esta ocasión conformado por la Jyn de Jones, el Cassian Andor de Diego Luna y un simpático androide (K-2SO, con la captura de movimiento de Alan Tudyk) encargado de casi todo el humor. En comparación a las otras, Rogue One se siente como una película distinta dentro de un entorno familiar.

Después de personajes masculinos al frente, finalmente una película de Star Wars es protagonizada por una mujer. Felicity Jones es una actriz fantástica, y aunque aquí hace un trabajo modernamente bueno (el material tampoco da para que despliegue al máximo su talento), da vida a un personaje con ideales que carece de convicción. Luna es genial bajo la piel de Cassian, pero tanto el personaje de Mikkelsen como el de Mendelsohn, actores inmensamente dotados, quedan enterrados bajo la magnitud de una historia (esparcir los planos de la Estrella de la Muerte) que está al servicio de un propósito mayor.

Con el octavo episodio llegando a los cines el próximo año (con las mismas malas costumbres), Rogue One se siente como una necesitada bocanada de aire fresco, incluso si es tan dispensable como todos sus personajes.

8/10

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