El hombre invisible, de Leight Whannell.

3.5/5

El abuso doméstico es el tema central de la tercera incursión de Leight Whannell (Upgrade: máquina asesina, 2018) como director, El hombre invisible.

Inspirada en la novela homónima de H.G. Wells serializada por el diario Pearson’s Weekly y publicada en 1897, la película, filmada con la modesta suma de $7 millones de dólares, es una de las propuestas de género más imprescindibles de este 2020. Whannell se apropia de una problemática latente para contar una historia cargada de suspenso que toma lo mejor de otros trabajos como Perturbada (Steven Soderbergh, 2018) y Está detrás de ti (David Robert Mitchell, 2014) a cambio de resultados notables.

Cecilia (Elisabeth Moss) es una mujer que vive una relación abusiva con su novio, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un adinerado desarrollador de tecnología óptica. Luego de orquestar su escape, Cecilia se entera que Adrian se ha quitado la vida, y no solo eso. Ha dejado $5 millones de dólares a su nombre. Traumada, Cecilia es incapaz de poner un pie fuera de la casa de su mejor amigo, James (Aldis Hodge), un policía, pero cuando intenta continuar con su vida presiente que algo la observa a todo momento. Convencida que Adrian sigue con vida y que encontró la forma de hacerse invisible, Cecilia se propone a probar que no ha perdido la cabeza.

La razón más grande por la que El hombre invisible funciona – de la forma en la que El hombre sin sombra de Paul Verhoeven no – es que durante buena porción de su duración la película se despliega como una historia de casa embrujada, y eso es una idea que cobra sentido cuando entramos en razón que una de las mentes detrás de la franquicia de La noche del demonio estuvo a cargo del guión.

Aparte de lo de drama sobre abuso doméstico y ciertos elementos del cine de terror (con uno que otro jump scare, por cierto), El hombre invisible no le da la espalda a esa faceta de ciencia ficción que le sienta tan bien. Whannell nos vuelve a ofrecer un coctel de géneros, y funciona tanto como lo hizo en Upgrade.

El Adrian (el nombre del personajes es quizás el único lazo que se comparte con la obra original de Wells) de Jackson-Cohen tiene pocos minutos en pantalla, pero la idea que un hombre tan poderoso se tome toda la molestia de inventar un traje que lo haga invisible al ojo humano con tal de atormentar a la mujer que lo abandonó es de por sí aterradora.

Es imposible no pensar en películas recientes sobre violencia de género cuando vemos a Cecilia adoptar un patrón de comportamiento agorafóbico como consecuencia de los años de abuso que sufrió a manos de Adrian. La historia, no obstante, toma un rumbo familiar cuando todos dan a Cecilia por loca, ¿porque cómo alguien podría hacerse invisible? Aunque por ese lado la narración se puede llegar a tornar predecible, Whannell se guarda algunas cartas debajo de la manga para hacer del acoso que sufre Cecilia algo tan indignante que nosotros, como audiencia, no tengamos de otra que estar de su lado.

Uno de los atributos más importantes de El hombre invisible es que a pesar del conflicto que aborda jamás se llega a sentir aleccionadora. Hay elementos obvios del cine que gusta la promoción de la justicia social – en este caso, cómo nadie le cree a las mujeres, aún en estos tiempos del auge de los colectivos feministas -, y aunque evidentemente se quiere visibilizar algo, Whannell no permite que eso entorpezca el relato.

Para algo que hace lo opuesto de una forma que bordea el descaro, véase el remake de Negra navidad.

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