Everest, de Baltasar Kormákur.

3.5/5

Dentro del marco del cine catástrofe, Everest, del director Baltasar Kormákur (Armados y peligrosos), hace gala de un elenco envidiable y una historia trágica inspirada en hechos reales. El drama logra desplegar efectos visuales impresionantes y sonido que dará de qué hablar durante la temporada de premios, pero es su ausencia de suspense lo que la hace una experiencia previsible, especialmente cuando se trata de una historia que pone a un grupo de escalistas bajo la merced de la intimidante montaña y sus extremas condiciones climáticas. 

Toda película de superviviencia, especialmente las de desastres, tienen que estar sujetas a la intriga. En Everest, lo que empieza como una entretenida travesía para un grupo de escalistas, pronto se transforma en una pesadilla a ocho mil metros de altura. Cierto es que a diferencia de otras películas de desastres obsesionadas con la monumental escala de sus set pieces, ésta al menos invierte en sus personajes.

En 1996, dos expediciones pretenden llegar a la punta del Monte Everest. La primera es liderada por Rob Hall (Jason Clarke), un experimentado alpinista que llevará a sus clientes hacia la cima de la montaña. En su grupo encontramos a Beck Weathers (Josh Brolin), Doug Hansen (John Hawkes), y Yasuko Namba (Naoko Mori). El segundo grupo es comandado por Scott Fisher (Jake Gyllenhaal). Cuando las condiciones climáticas cambian, y problemas de logística entorpecen el ascenso, ambos grupos se encuentran varados y sin oxígeno en un desesperante intento por regresar al campamento con vida.

Para una película que lo que pretende es inspirar respeto hacia la prominencia de una montaña, Everest sabe que la audiencia debe preocuparse por las personas con la complicada misión de subirla. A fin de cuentas, y cuando la tormenta alcanza a nuestro grupo de escalistas, sentimos que hay algo en juego para todos, aun cuando el guión sólo nos da una idea de lo que el Rob Hall de Jason Clarke y el Beck Weathers de Josh Brolin dejarán en casa de no regresar con vida.

En vez de prestarle atención a personajes que necesitaron algo de desarrollo, Kormákur le da un tratamiento ligero a una historia bastante trágica. El director está más interesado en obtener impresionantes tomas de las inmediaciones de la montaña y en informarnos sobre los estragos físicos que sufren las personas que pretenden dejar su huella en la cima. Everest se siente como una aventura, cuando debería ser un pesadilla.

El cambio tonal es tan abrupto que cuando las cosas van cuesta arriba para Rob y los demás, es como estar viendo una película totalmente distinta. Todo es divertido hasta la llegada de la tormenta, y aun cuando el guión hace una introspección sobre el masoquismo (y por qué no, sadismo) de prestarse para algo tan extremo como llegar a la cima de la montaña más elevada del mundo, Everest se siente como una película de una expedición, más no de una tragedia inminente.

Ahora, el departamento de sonido, no tanto de los apartados visuales, merece una mención especial. Con la llegada de la tormenta la película explota todo su potencial auditivo, y complementada con los efectos prácticos y digitales, se crea una inmersión total en un escenario frío y aterrador. Everest es un trágico registro de un acontecimiento real dirigido a mano ligera.

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