Mucho se le ha recriminado a Hollywood su falta de imaginación, y eso es algo que se está sintiendo en una de las subsidiarias más rentables de Disney. Y es a partir de eso que llega una de las muchas secuelas de la cual Pixar es acreedora: Increíbles 2. Una continuación que, además de ser inferior a su antecesora estrenada hace catorce años, siente la incontenible – y viniendo de Disney, previsible – necesidad de incluir un forzado discurso político sobre el actual panorama migratorio de los Estados Unidos y el empoderamiento femenino.

3/5

Uno de los atributos más valiosos de Pixar era su capacidad de realizar animaciones lo suficientemente profundas como para enganchar al público adulto. Por primera vez los más pequeños del hogar no eran el único target de una película animada. Sin embargo, la transición a esta nueva década no sólo ha dejado como resultado los trabajos menos memorables del estudio, sino que también ha puesto en evidencia algo más preocupante: se les están agotando las ideas.

Mucho se le ha recriminado a Hollywood su falta de imaginación, y eso es algo que se está sintiendo en una de las subsidiarias más rentables de Disney. Y es a partir de eso que llega una de las muchas secuelas de la cual Pixar es acreedora: Increíbles 2. Una continuación que, además de ser inferior a su antecesora estrenada hace catorce años, siente la incontenible – y viniendo de Disney, previsible – necesidad de incluir un forzado discurso político sobre el actual panorama migratorio de los Estados Unidos y el empoderamiento femenino.

Ambientada inmediatamente después de los eventos de la primera película, Los Increíbles son incapaces de detener al Subterráneo (John Ratzenberger) cuando éste destruye buena parte del sector céntrico de la ciudad atracando un banco. Debido a los daños provocados, los Parr pierden el apoyo del gobierno y por ende se ven obligados a mantener un perfil bajo. Winston Deavor (Bob Odenkirk), cabeza de una compañía gigante de telecomunicaciones y ávido seguidor de los superhéroes, les propone a los Parr llevar acabo un plan para recomponer su imagen – y la de los demás “super” – frente a la opinión pública. Mientras Elastigirl (Holly Hunter) es quien debe salvar esta vez el día, Mr. Increíble (Craig T. Nelson) se hace cargo de las tareas del hogar y de controlar la gran variedad de poderes que Jack-Jack (Eli Fucile) ha desarrollado.

Con Brad Bird (cineasta detrás de un clásico animado como El gigante de hierro y un fracaso monumental como Tomorrowland: El mundo del mañana) de regreso en la silla del director, Increíbles 2 se siente como uno de esos capítulos intrascendentes de televisión que no añaden absolutamente nada. Por catorce años los seguidores de Pixar habían protestado incansablemente una continuación – me incluyo en ese grupo –, pero el resultado es desalentador.

Al igual que casi todas las realizaciones del estudio, Increíbles 2 goza esporádicamente de ese desbordante ingenio que nos fascinó hace una década, pero la película no es más que una plataforma con la cual Pixar pretende aleccionarnos respecto a lo que debería ser un hogar progresista. Y es que entre Ellastigirl salvando el día y Mr. Increíble siendo una suerte de ama de casa – rompiendo los roles de género establecidos en el proceso –, Increíbles 2 jamás encuentra el rumbo. Por momentos es como si se tratara de uno de esos cortos que Disney proyecta antes de la función principal. Es llamativo, pero no como para verlo en una película. Al fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre Frozen Fever, el corto en el que le preparan una fiesta de cumpleaños a Elsa, y esto.

Además del hecho que la película está atorada entre Elastigirl asumiendo su rol de heroína y Mr. Increíble siendo un “padre moderno”, el villano y sus motivaciones son vergonzosamente corrientes tratándose de Pixar. Dash (Spencer Fox) y Violet (Sarah Vowell) son desaprovechados tratando de vivir una vida tranquila, Edna (con la voz del propio Bird) no pasa del fan service y Frozono (Samuel L. Jackson), al igual que en la primera película, sólo aparece cuando más se lo necesita.

Uno de los escritos más sagrados del cine (el cual con el tiempo ha adquirido validez) indica que una secuela no puede ser superior a la original. Y aunque la vara estaba alta, Bird ni se acerca a lo que había logrado hace catorce años. Con la única excepción de Toy Story 2 (John Lasseter, 1999), Increíbles 2 no es la primera película de Pixar en no estar a la altura de su antecesora, y con el historial del estudio entre precuelas y secuelas fallidas, eso es un problema.

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