Shirley, de Josephine Decker.

3.5/5

El difuminar las líneas entre ficción y realidad se ha vuelto un concepto recurrente en la filmografía de la directora experimental Josephine Decker.

En 2018, la también artista performática elaboró un retrato sobre la identidad desde un sentido dramatúrgico – algo así a lo Synecdoche, New York – en Madeline’s Madeline, la historia sobre una joven actriz cuya vida se hace una sola con el personaje que va a interpretar sobre las tablas del escenario. En Shirley, adaptación que le concedió el Premio Especial del Jurado por Cine de Autor en la presente edición del Festival de Cine de Sundance, Decker se sumerge en las entrañas del proceso creativo de una novelista que atraviesa un severo caso de “bloqueo del escritor”.

Shirley Jackson (Elisabeth Moss) es una ermitaña escritora que no encuentra inspiración para su siguiente novela. Yace postrada en su cama cual una enferma en estado terminal y se niega a recibir visitas. Cuando su esposo Stanley (Michael Stuhlbarg), un profesor de literatura, invita a dos de sus alumnos (interpretados por Odessa Young y Logan Lerman) para que se hospeden en su casa durante el semestre, Shirley, en un comienzo reacia a la idea de vivir con extraños, ve florecer su imaginación cuando decide escribir sobre una universitaria desaparecida.

Adaptada de la novela homónima de Susan Scarf Merrell, el metadiscurso en el guión de Sarah Gubbins es lo que solidifica el relato, pues, de cierta forma, vemos cómo se reescribe al escritor. En este caso, la desaliñada Shirley, cuya construcción ha quedado a la merced de lo que digan los habitantes del pequeño pueblo de Bennington, en Vermont.

Esta acción de reescribir al que escribe es algo que nace desde el mismo guión de la película, pues Moss interpreta a una versión ficticia de la autora.

Esta codificación en la identidad también se manifiesta en Rose (Young) y Fred (Lerman), quienes después de algún tiempo, en lo que parece ser una clara referencia a la obra de Kafka, asumen los roles, el uno como profesor y la otra como ama de casa, de sus anfitriones.

Bajo una primera impresión Shirley puede parecer una película sobre el proceso creativo de un artista, y lo es, pero en el fondo se percibe una segunda historia, inquietante y perturbadora, sobre la explotación y el abuso al que Stanley somete a su esposa con tal de exprimir lo más que pueda de ella como escritora.

Stuhlbarg, quien se dio a conocer por su rol de padre comprensivo en Llámame por tu nombre (Luca Guadagnino, 2017), es uno de los mejores atributos de Shirley al interpretar algo opuesto como Stanley, el prototipo del marido machista que era tan característico de los cuarenta.

En este punto resaltar el trabajo de Moss sería redundante ya que desde su primera colaboración con Alex Ross Perry en Listen Up Phillip la actriz se convirtió en uno de los emblemas del cine independiente de Estados Unidos. Pero lo que sí vale la pena destacar es la consolidación de Decker como una verdadera autora.

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