Nosferatu, de Robert Eggers.
Para un autor que aborda sus proyectos con la rigurosidad quirúrgica de un historiador, Robert Eggers, y solo Robert Eggers, parecía destinado a entregar al mundo una versión actualizada de una obra inmortal, un pilar del expresionismo alemán – y hasta del cine silente, aquél de los intertítulos – como lo es Nosferatu.
Un siglo después de la enaltecida película fundacional de Murnau, Eggers firma otro sombrío retrato sobre el ocultismo, la obsesión y el deseo que a esta altura lo consolida como un maestro de la puesta en escena.
Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) es una delicada joven que vive atormentada por vívidas pesadillas con una repugnante y jorobada criatura que parece satisfacer hasta la última de sus necesidades sexuales. Años después, en 1838, su esposo, Thomas (Nicholas Hoult), accede a trasladarse hacia la fría Transilvania para gestar la venta de una propiedad al recluido Conde Orlok (Bill Skarsgård), un temido e imponente vampiro que no descansará hasta poseer a la mujer que lo despertó de sus aposentos, todo mientras una plaga se esparce por Wisburg, un pequeño poblado alemán.
Eggers, que precisamente arrancó su carrera como decorador de sets, trae a la vida junto a su director de foto Jarin Blaschke estos espacios que eran tan característicos del expresionismo, solo que, por aquella época, como en El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), solo eran posibles a través de algún lienzo pintado. Tal y como en La bruja y El Faro, Eggers y Blaschke no pierden la oportunidad para jugar con referencias pictóricas, para pintar con luz.
Así como estos fondos góticos (pinturas, si es de congelar un frame) que posan sobre el castillo del Conde, Eggers, a menor escala, juega con la profundidad en algunos planos que se sitúan en la estrecha Wisburg. Con su antecedente en el diseño de producción, estamos hablando de una obra deliberadamente expresionista, lo cual nos lleva a las actuaciones.
Depp es la actriz más “expuesta” del reparto. No recuerdo haber visto tantos gestos y ademanes faciales desde Keira Knightley en Un método peligroso (Steven Soderbergh, 2011), y ya recordamos cómo ridiculizaron actriz por ello. La angustia y el desasosiego que Depp transpira es real y queda perfectamente plasmado en pantalla. Definitivamente es un rol que llega para enrrumbar su carrera luego del desastre de The Idol.
Hoult, Emma Corrin y Aaron Taylor-Johnson cumplen en puestos secundarios, pero su aporte, que engrana bien con el meticuloso diseño de producción, queda muy por debajo del vampiro de Skarsgård, una presencia que, con su voz grave y espalda encorvada, inspira un respeto capaz de robarse cada encuadre.
Encerrar Nosferatu dentro de la pequeña burbuja del cine de vampiros sería un despropósito. Lo cierto es que la película, en fondo y forma, desde la exactitud histórica de los diálogos hasta el atrezzo, tiene más de una adaptación de alguna novela de Jane Austen que, para citar un ejemplo insultante, Abraham Lincoln: Cazador de vampiros. Porque, en realidad, Eggers firma la historia de un amor imposible. Un amor maldito.
