De Damien Chazelle.
Babylon, la épica de Damien Chazelle sobre uno de las capítulos más cruciales e inciertos de la turbulenta historia de Hollywood, cuenta con un prólogo de media hora. Esto bien podría entenderse como un alarde de los privilegios – bien merecidos, debo añadir – que Chazelle tiene en la industria a su corta edad, pero es la introducción más idónea para encerrar los excesos y la locura desmedida que reinan en la meca del cine hoy en día.
Como un bien estudiado de la materia – esto ya había quedado bien claro en La La Land: tierra de sueños -, Chazelle pone firma a una desagradable crónica sobre una industria que siempre se ha encontrado arrinconada ante un gran dilema: evolucionar o morir.
Ambientada a mediados de la década de los años veinte, Babylon nos pone en los zapatos del alma más pura en un set: un pasante, que encima resulta ser un migrante mexicano. Se trata de Manuel ‘Manny’ Torres (Diego Calva), quien pretender ascender escalafones a base de ayudas que van desde llevar un elefante a una fiesta o conseguir una cámara para salvar un día de rodaje. Simultáneamente conocemos a Nelli LaRoy (Margot Robbie), una aspirante a actriz con sueños tan grandes como su adicción a las drogas, y a Jack Conrad (Brad Pitt), un actor que teme quedar en el olvido. Todo esto mientras el sonido sincrónico hace su lenta llegada al cine.
Por diseño, Babylon es una película ostentosa que ofrece un morboso y en ocasiones grotesco vistazo a los engranajes que mantienen operando esa maquinaria que conocemos como Hollywood. El exceso, aunque lo parezca, no es gratuito. Chazelle aborda las estrafalarias fiestas – orgías, debería decir – aproximándose a la dualidad del escapismo en la industria. No solo de quienes consumen cine en las salas para, como diría el personaje de Pitt, “salir de sus aburridas vidas”, sino también de quienes sufren – y hasta mueren – al momento de filmar.
Si Quentin Tarantino tergiversó la historia en Érase una vez… en Hollywood, Chazelle monta un crudo e incómodo collage que deja al descubierto las abusivas prácticas de la industria.
Babylon es la película más enérgica del director desde Whiplash, y aún cuando en ciertos tramos se llega a percibir una clara falta de dirección mientras levitamos de una historia a otra, resulta redundante declarar que esto no es un estudio de personajes. Ni de cerca. Es el registro de una época y de cómo ese ente conocido como Hollywood te hechiza, se come lo mejor de ti y, si tienes suerte, escupe solo tus sobras.
A nivel actoral, Calva, dado a conocer en Narcos: México, asume el protagonismo, si se quiere, como el eje principal de la trama. Los ojos vírgenes a través de los cuales ver la degeneración de Hollywood y las subculturas que lo rodean. Asumiendo un rol demandante, Robbie entrega una actuación digna de Harley Quinn, solo que sin el maquillaje, y Pitt da vida a un arrogante donjuán convencido que el tiempo no le pasará factura.
Independientemente que Chazelle dirigiera Babylon con un compas moral o no, en forma de denuncia o relato objetivo, el director vuelve a entregar una obra no solo pensada desde su núcleo para ser consumida en una sala de cine, sino también para perdurar en la posteridad.