Un migrante ilegal que reparte comida china para saldar una deuda, una prostituta transexual despechada, un actor porno retirado que mantiene un amorío con una adolescente. No existe taboo que Sean Baker no quiera explorar con su cámara.

Es así que el director y escritor de El Proyecto Florida y Red Rocket suma Anora, ganadora de la Palma de Oro, a su baúl de personajes que sobreviven en los márgenes de una sociedad trabajadora que los rechaza, que los señala con el dedo, que los deja a su suerte. Baker, que a esta altura bien podríamos catalogar como un cineasta tanto realista como humanista, firma un drama social cubierto en la resplandeciente envoltura de cuento de hadas sobre un romance no correspondido entre una joven desnudista y el inadaptado hijo de un oligarca ruso.

Anora “Annie” Mikheeva (Mikey Madison) es una encantadora stripper de 23 años que pasa sus tardes y noches sobre los regazos de todo tipo de hombres, en su mayoría viejos y probablemente casados, en un club nocturno en Manhattan al que presta sus servicios. Un día se saca la lotería cuando, gracias a su ascendencia rusa, se cruza con Ivan Zakharov (Mark Eydelshtyen), el parrandero hijo de un poderoso oligarca que está destinado a heredar las empresas de su adinerada familia. Durante una semana de excesos en Las Vegas, Ivan le propone matrimonio a Anora con la intención de renunciar a las obligaciones que le esperan de vuelta en Rusia y, con suerte, recibir residencia permanente en Estados Unidos. Cuando su estricta familia se entera de la unión ponen en marcha un plan, y a su séquito de matones armenios, para anular el casamiento.

Los primeros quince minutos de película dan cabida a un montaje trepidante, una larga sucesión de buenos cortes, que pinta a Estados Unidos como una factoría de consumo y exceso. La otra cara de la moneda del sueño americano, el de las élites. Puertas adentro es otro mundo: trabajadoras sexuales en su cotidianidad, hablando de la vida y hasta peleándose clientela. La mirada de Baker es muy propia de un documentalista.

La historia toma su norte cuando Anora, que comparte una humilde casa de un piso con su hermana a espaldas de las vías del tren, queda seducida por el pudiente Ivan, quien, juzgando por su acomodado estilo de vida, podría – o no – ser hijo de algún narcotraficante ruso. Las intenciones de los personajes están tan bien trabajadas que no sabemos quién usa a quién, o si verdaderamente es un amor platónico.

Madison, la revelación de la temporada, comparte podio con Demi Moore y Elizabeth Berkley en la categoría de actrices dando el 101% en roles de strippers. Pero más que los desnudos, y los hay muchos (tampoco para justificar el +18), Madison conecta por la vulnerabilidad que imprime en pantalla. Una mujer que solo sabe corresponder favores bajándote el cierre del pantalón.

Si bien la película se titula Anora, esta también es la historia de Igor (Yura Borisov), el músculo, por así decirlo, del grupo improvisado encargado con la tarea de anular el matrimonio. Un grandulón ruso pero afable, tan ingenuo como un niño introvertido que, como la propia Anora, es invisible ante los ojos de una sociedad elitista que lo mira por encima del hombro. Borisov tiene poco parlamento, pero su mirada cabizbaja que nunca se despega del atropello que sufre Anora es más elocuente que cualquier palabra que sale de su boca.

A lo largo de dos horas y media, Baker, filmando en un precioso 35 mm, embarca al espectador en una montaña rusa de emociones ( hay elementos de drama de stripper, de cuento de cenicienta y hasta de road movie) tan auténtica y cruda como sus dos personajes focales. Devastador.

 

Universal Pictures

 

CategoríasCríticas