Hay quienes piensan que, así como el western en su tiempo, la llama que mantiene al cine de superhéroes con vida está destinada a extinguirse. Aquello suena descabellado no sólo por la gran demanda que existe hacia el género, sino porque su material de origen – los cómics – proveen una excusa continua para seguir haciéndolo. En mi crítica de Avengers: Infinity War mencioné que indudablemente es una de las mejores y más grandes entregas del Universo Cinematográfico de Marvel, pero que después de 19 películas queda una sensación de que el género se está corroyendo con rapidez.
El western no es el único ejemplo del posible futuro que le depare al cine de superhéroes, pues el horror también se vio aquejado por lo mismo hasta que llegaron películas que trataron de innovarlo como Scream: Vigila quién llama (Wes Craven, 1996) y La cabaña en el bosque (Drew Goddard, 2012). De las seis películas de superhéroes que llegan este año a los cines – no cuento las animaciones Los Increíbles 2 y Spider-Man: Un nuevo universo – Deadpool 2 tiene buenas probabilidades de ser una de las más memorables. Es superior a su antecesora y más importante que eso, el director David Leitch (Rubia atómica, 2017) y Ryan Reynolds comprenden que una de las formas más efectivas de hacer cine de superhéroes es haciendo mofa de él.