Descuida, yo te cuido, de J Blakeson.
Desde su tour de force como Amy Dunne en la adaptación de Perdida a cargo de David Fincher, la carrera de Rosamund Pike jamás despuntó. Eso pese a haber abordado otros grandes roles en filmes sin mucha prensa como Hostiles, Una guerra privada y Radioactive, la biopic sobre Marie Curie.
Es por eso que la colaboración de Pike con Netflix para Descuida, yo te cuido debería concederle a la actriz británico el crédito que se le debe. Pero es una lastima que sea en una película que, si bien en el apartado visual rescata lo mejor del cine del propio Fincher y de David Sodenbergh, tiene un concepto bastante reprochable sobre la moralidad al pretender que la audiencia tome partido con uno de los personajes más repugnantes que se pondrían concebir.
Marla Grayson (Pike) es una curatela que está convencida que no existen tales cosas como las “buenas personas”. Marla aprovecha su posición para montar una elaborada red de estafas embaucando a un juez para ser asignada como la tutora legal de personas de la tercera edad que son declaradas “incapaces” de velar por sí mismos. Marla los envía a un asilo para poner sus casas en el mercado, vender sus posesiones y costearse un estilo de vida lujoso con su novia, Fran (Elza Gonzales). La estafa a larga escala marcha bien hasta que pone sobre su mira a la presa equivocada: Jennifer Peterson (Dianne Wiest), quien resulta ser la madre de un peligroso mafioso ruso (Peter Dinklage) que amenaza con desmontar el fraude que Marla ha estado llevando a cabo con la complicidad de terceros.
De entrada, el director J Blakeson (el mismo que hace cinco años hipotecó su carrera con su incursión por el young adult con La quinta ola) aduce que el verdadero éxito solo puede ser alcanzado por quienes dejan sus principios en la puerta de entrada con un monólogo en off en el que Marla repite, como si se quisiera convencer a sí misma, que no es una presa, sino una cazadora. Que es una leona en un mundo de corderos
La introducción, en la cual vemos a Marla usando su elocuencia para convencer a un juez tan condescendiente que podría pasar por sexista, no hace otra cosa sino exponerla como una mujer insegura, acomplejada y fría dispuesta a todo porque, según ella, las personas buenas no existen.
Veran, si bien es cierto que, de una forma u otra, el mundo le pertenece a los “vivos”, a quienes saben moverse por las incongruencias del sistema, ilustrar eso en una escena en la que una representante legal separa a un hijo (presuntamente un republicano, interpretado por Malcom Blair; la gorra roja no es mera casualidad) de su madre solo porque puede no hace ningún favor a la causa, porque Descuida, yo te cuido, no es ese tipo de película.
No se condena la escalofriante idea de que algún día el gobierno pueda tocar a tu puerta, expulsarse de tu propio hogar y meterte en un asilo; es una celebración, tal vez con los peores mafiosos rusos que he visto en una película, de la que J Blakeson quiere que seamos parte solo porque, bueno, lo que sea por el empoderamiento femenino, ¿no?
Todos los personajes concebidos aquí por Blakeson son despreciables de una forma u otra, lo cual le da el libertinaje necesario al director para llevar las acciones de Marla a un extremo inverosímil que, de cara al final, vacila con ser como una reimaginación de Thelma y Louise. Si tan solo.
Hay escenas que establecen un vínculo directo con el enérgico montaje del cine de Fincher, lo cual, si eres como yo, gusta, pero es una lastima que sea en una película que, por fuera podrá ser muy colorida y ajustada a estos tiempos, pero por dentro no es más que un pseudo-estudio vacío que dice más de quién lo ve. Una sátira mal atinada.