El mono, de Oz Perkins.

“Lo único seguro en esta vida es la muerte”, predica un viejo adagio… y el sentido común también.

La muerte puede tocar a nuestra puerta cuando sea, donde sea. No conoce de credo, raza, sexo o religión. En la más reciente película de Oz Perkins (Longlegs: coleccionista de almas), la muerte, esa a la que tanto le huimos, se manifiesta en la forma de un mono de juguete percusionista que captura el sinsentido de nuestra mera existencia. 

Adaptada de uno de los muchos cuentos cortos de Stephen King, Perkins, aligerado en tono en comparación a la diabólica Longlegs, vuelve a su línea de horror juvenil con El mono, una película que busca hacer sentido de nuestros temores más terrenales.

Hal y Bill (las versiones adultas las interpreta Theo James) son dos gemelos que, hurgando entre las posesiones del padre que los abandonó (un Adam Scott que aparece en la primera secuencia de la película y ya), encuentran un misterioso paquete que contiene un mono musical, de esos que cobran vida al recibir cuerda. Lo que los hermanos en un comienzo ignoran es que el juguete, con el uso de su tambor, puede matar a cualquier persona con excepción de la que lo ha activado. Años y muchas excéntricas muertes después, los gemelos se distancian, no sin antes haberse desecho del mono. Hal, siguiendo los pasos de su padre, tiene un hijo (Colin O’Brien) resentido al que no ve, mientras que Bill, un bully de manual, de los que veríamos en una comedia de John Hughes, ha caído en el anonimato. No obstante, sus caminos coinciden cuando el mono, por una extraña casualidad, regresa a sus vidas.

Adecuadamente, y contrario a la novela de King, esta adaptación está narrada desde la primera persona, desde la perspectiva del buen gemelo. Emplear un narrador omnipresente cohesiona el primer acto de la película, pues es dónde Perkins establece las reglas del juego, de este pintoresco universo que comparte el mismo ADN de la franquicia de Eso de Andy Muschietti, o lo que se percibe como una línea de humor negro bastante propia de las obras del autor: niños con el vocabulario de un camionero que mantienen conversaciones mórbidas. El narrador en off sirve de soporte vital para que algunas de las muertes, desde una aneurisma hasta una estampida de caballos, se digieran con un toque de gracia.

Pretender encontrarle algún sentido a los poderes sobrenaturales del mono equivale a cuestionar porqué el hombre está destinado a perecer ante alguna eventualidad de la vida. Y no es que Perkins dé cabida a cuestionamientos de esta índole. “Es malvado. Básicamente es el diablo”, resume Hal en una torpe racionalización a punta de pistola.

Decepciona un tanto que Perkins haya tomado un rumbo más light, no menos turbio, posterior a Longlegs, su obra más competente como director, pero El mono, en sus 98 minutos, presenta un discurso más elocuente con la adaptación promedio de una obra de King.

Venus Films.

El mono es distribuida en Ecuador por Venus Films.

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