El sonido del metal, de Darius Marder.
Decir que El sonido del metal es la mejor película sobre un baterista desde Whiplash (Demian Chazelle, 2014) no es el mejor halago que se puede arrojar a la muy notable opera prima de Darius Marder (co-escribió el guión de The Place Beyond the Pines para Derek Ciafrance, quien aquí recibe un crédito por la historia).
Si bien ambas son, en papel, películas sobre músicos obsesionados, parten desde lugares muy distintos: mientras que en Whiplash Chazelle cuenta la historia sobre un joven baterista de jazz dispuesto a sacrificar todo para alcanzar la inmortalidad (grandeza se queda corto), en El sonido del metal conocemos a Ruben Stone (Riz Ahmed), un metalero dispuesto a agotar hasta el último recurso para conservar su audición.
Ruben y su novia Lou (Olivia Cooke) conforman una banda de metal conocida como los Blackgammon. Viven en una espaciosa casa rodante que les permite hacer sus giras a lo largo de todo Estados Unidos. Una noche durante un concierto, Ruben experimenta la pérdida parcial de su audición. Al día siguiente consulta en secreto con un médico que lo diagnostica con sordera, dejándole claro que su prioridad debería, primero, alejarse de lo que esté deteriorando su condición, y segundo, conservar lo poco que puede oír, ya que su padecimiento es irreversible y agresivo. Inconforme con el diagnóstico y con su vida como la conoce pendiendo de un hilo, Ruben, bajo la insistencia de Lou, asiste a un retiro para sordos donde deberá aceptar su condición, mas no combatirla.
Que Ruben sea un baterista sólo hace que su sordera, en efecto, se trate de algo de vida o muerte. Si bien la pérdida auditiva es una condición que le puede cambiar el mundo a cualquiera, para un músico es una sentencia, y en la personificación de Ahmed podemos sentir a flor de piel su desesperación e impotencia tanto como sus estruendosos solos de batería.
En una de las primeras escenas de la película vemos la rutina de Ruben en la mañana de un concierto: se levanta para preparar café y un batido a Lou, pero esos mismos encuadres que bien podrían parecer insignificantes toman otra profundidad cuando estamos en los zapatos de Ruben después del diagnóstico, lo cual es un gran acierto de la dirección de Marder.
El diseño sonoro es, como era de esperarse, uno de los puntos más fuerte de las dos horas de película. Marder va de planos cerrados, donde nos pone en el desconcertante – y solitario – presente de Ruben a planos abiertos donde escuchamos el mundo – y las conversaciones – tal y como es.
Más que aceptar su condición, el verdadero conflicto de El sonido del metal, lo cual la nutre de sus momentos más poderosos (y una devastadora escena que debería poner a Ahmed en consideración para la temporada de premios) está en que Ruben, un ex-adicto, no debe tratar su sordera como una discapacidad. Por ende, someterse a una costosa operación para ponerse implantes que le permitan volver a escuchar es algo que no va con Joe (Paul Raci), el líder de la comunidad para sordos que ayuda a Ruben a adaptarse a su nueva vida y a una nueva forma de comunicarse.
Adentrándome un poco en terreno de spoiler, El sonido del metal es una película que trata tanto con la sordera como con la adicción, porque el pasado de Ruben con las drogas no es solo backstory. Dispuesto a agotar hasta el último recurso con tal de recuperar su audición (no incluir esto en el guión hubiese sido un desacierto de Marder), cuan un adicto desesperado por volver a consumir, Ruben vende su casa rodante y todas sus posesiones para costear la operación, la cual, para su desgracia, hace que su entorno suene como un lugar distorcionado y desagradable. Uno en que la sordera supone un refugio de todo el caos del mundo.
Ahmed vuelve a demostrar de qué está hecho (y lo mucho que fue desperdiciado en Venom) trayendo a la vida con cada onza de honestidad a Ruben. Cooke, que viene brillando desde hace algunos años en indies como The Signal, Me and Earl and the Dying Girl, y Pura sangre, repite su sólido trabajo como el pilar (con un pasado de auto-flagelación) de Ruben.
El sonido del metal, más que un drama musical, es una película sobre personas rotas que se sanan unas a otras. Una virtuosa y conmovedora opera prima que debería poner el nombre de Marder en el mapa. Y si ya no está hecho, consolidar a Ahmed como un actor multifacético.