Hasta antes de la primera transposición occidental en live-action de Ghost in the Shell, ninguna otra película había sido tan recriminada por hacer que una actriz caucásica como Scarlett Johansson — Forbes la ubica en la tercera posición de las diez actrices mejor pagadas del 2016 — interprete a un personaje de origen asiático con, escuchen esto, facciones no asiáticas.

Lo cierto es que Ghost in the Shell: vigilante del futuro no merece ser crucificada por el supuesto whitewashing que le concedió el rol protagónico a la actriz más taquillera del cine de acción contemporáneo, sino por ser una adaptación fría y distante que no transmite absolutamente nada.

Hasta antes de la primera transposición occidental en live-action de Ghost in the Shell, ninguna otra película había sido tan recriminada por hacer que una actriz caucásica como Scarlett Johansson — Forbes la ubica en la tercera posición de las diez actrices mejor pagadas del 2016 — interprete a un personaje de origen asiático con, escuchen esto, facciones no asiáticas.

Lo cierto es que Ghost in the Shell: vigilante del futuro no merece ser crucificada por el supuesto whitewashing que le concedió el rol protagónico a la actriz más taquillera del cine de acción contemporáneo, sino por ser una adaptación fría y distante que no transmite absolutamente nada.

En un futuro no lejano, las personas con discapacidades físicas son mejoradas con partes robóticas. Tras sobrevivir a un ataque que le quitase la vida a sus padres y que arruinase irreversiblemente la funcionalidad de su cuerpo, la mente de Motoko Kusanagi (Johansson) es transferida a un esqueleto robótico. Un año después, Motoko, rebautizada como la Mayor Mira Killian, es asignada por Hanka Robotics, la corporación número uno en mejoras robóticas, como la cabeza de un escuadrón de élite que atiende amenazas ciberterroristas. Usada como un arma eficiente, Mira se propone a descubrir su verdadera identidad cuando conoce a Hideo Kuzi (Michael Pitt), el primer prototipo fallido de la corporación.

El director Rupert Sanders (Blancanieves y el cazador, 2012) es lo suficientemente competente y sensible para hacer que los primeros diez minutos de la película, los cuales están dedicados a la concepción de Mira a manos de su creadora, la Doctora Oulette (Juliette Binoche), sean algo hermoso de contemplar. Pasada esa marca, Ghost in the Shell se transforma en algo indiferente, tan impenetrable como su protagonista.

La adaptación tiene temas interesantes de qué hablar, como identidad, género y la relación entre un dios y su creación (Ex-Machina lo hace indiscutiblemente mejor), pero la película está más interesada en desplegarse como un espectáculo devoto a la acción que como cualquier otra cosa, y también fracasa en ello.

El problema más grande de Ghost in the Shell es que no puede evitar sentirse como algo que ya hemos visto una y otra vez. Desde un organismo robótico tratando de encontrar su humanidad hasta la gran lucha contra una corporación más corrupta de lo que parece. Ghost in the Shell recoge todo eso y no añade nada. Por momentos, las grandes secuencias de acción dan chispa a la película, pero cuando no estamos en medio de un tiroteo, nos encontramos atrapados en la aburrida intimidad de Mira.

Más allá de la controversia racial que tanto la ha incomodado, lo único que le podemos recriminar a Ghost in the Shell es la poca ambición con la que se aproxima a problemáticas que parecen demasiado grandes para la película de ciencia ficción simplona que es.

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