La máquina: The Smashing Machine, de Benny Safdie.
Siendo un adepto al realismo social, la trágica historia de Mark Kerr, uno de los pioneros de las MMA que cayó en un cruel olvido, naturalmente sirve como objeto de estudio para Benny Safdie en La máquina: The Smashing Machine, un melodrama que deja más preguntas que respuestas: ¿Es Dwayne Johnson un actor de verdad? ¿Se comerá la Academia este intento de Oscar bait? ¿Puede Benny sobrevivir detrás de cámaras sin su hermano mayor? ¿Podrá las MMA algún día tener una justa representación en el cine?
Habiendo un documental homónimo de HBO Films estrenado en 2002 que siguió los altibajos de Kerr, no se le puede recriminar (mucho) a Safdie haber filmado The Smashing Machine a manera de falso documental. Antes de entrar a los largometrajes con Lenny Cooke, los hermanos Safdie pasaron tiempo adiestrando su mirada como cineastas siguiendo, para dar un ejemplo, un globo errante por los cielos neoyorquinos en The Black Balloon, un corto de 2012. Pero más allá de las formas, la superficialidad impregna cada granuloso cuadro de la película. Desde Johnson camuflado bajo capas y capas de maquillaje y prótesis faciales, las penosas escenas de MMA reducidas a efectos sonoros y hasta la mismísima Emily Blunt limitada al rol de una volátil manipuladora emocional.
Es 1997 y Mark Kerr (Johnson), un Peso Completo tan musculoso que debería estar en una división separado del resto, se gana la vida en torneos de Vale Tudo aprovechando su experiencia en la lucha libre grecoromana. Tras apilar victorias sobre el octágono de UFC, Kerr, a la par de su buen amigo Mark Coleman (Ryan Bader), cosecha mayor éxito en PRIDE, una promoción nipona que organiza anualmente un Grand Prix que entrega al ganador una considerable suma de dinero, una que podría cambiarle la vida a él y a Dawn (Blunt), su abusiva y materialista novia.
No es secreto afirmar que las personas no vieron Rocky, Toro salvaje o Million Dollar Baby por el boxeo como tal. Casi siempre, por no decir siempre, las escenas que plasman el aspecto competitivo retratan a sus protagonistas como mártires que, con la guardia deliberadamente baja, suben al cuadrilátero a recibir su buena dosis de castigo. Por algo Scorsese quiso abordar la historia de Jake LaMotta. ¿Pero qué cuando la historia humana no hace otra cosa sino visitar los pozos más comunes y frívolos de la biografía deportiva? El resultado es The Smashing Machine.
La primera mitad de la película está destinada a ilustrar de la manera más elemental posible (tan masticado como para un niño de primaria) los pormenores de las MMA, como el concepto de UFC (un choque entre todas las artes marciales), el estigma que existe sobre el deporte (que es violento y hay sangre por doquier), la dieta de los peleadores (que, por cierto, no se odian, como le aclara Kerr a una afable anciana) y los abusivos contratos que se ven obligados a rubricar para poner el pan sobre la mesa.
Filmar en 16mm para emular esa estética casi marginal de El luchador (Darren Aronofsky, 2008) no es el pecado más grande de Safdie detrás de cámaras. El director tiende a filmar las breves escenas de MMA a ras de lona, entre las cuerdas, esperando que nuestra imaginación llene los espacios en blanco con la referencia del sonido de los golpetazos de Kerr.
Entre el emparedado de las escenas de pelea y la rutina fuera del cuadrilátero queda lo que a simple vista vendría a ser el punto central de la película: la relación entre Kerr y Dawn que sirve como una débil metáfora de los golpes de la vida que nuestro protagonista sufre lejos de los encordados. Es una dinámica tan autodestructiva como las sustancias que Kerr se inyecta para mantenerse entre la élite del deporte. Johnson, la estrella más autocomplaciente de Hollywood, se pierde en el personaje como un gigante noble. Blunt, Blunt solo está ahí para darle algo de prestigió a un elenco compuesto mayormente de expeleadores que le disputan a Johnson el título de revelación, como un notable Bader.
La máquina: The Smashing Machine, no le avienta un golpe de nocaut al deporte como, digamos, Here Comes the Boom, pero tampoco es que hace gran cosa visibilizando la historia de uno de sus exponentes olvidados. Solo resta esperar al estreno de Marty Supremo para saber quién siempre fue la mejor mitad de los Safdie.

