Basada en un artículo del New York Times sobre la increíble historia real de un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a sus 90 años trabajó traficando droga para el cartel de Sinaloa, La mula encuentra a Eastwood en modo automático. Es decir, volviendo a interpretar al mismo gruñón de pocos amigos que dio vida hace once años en Gran Torino, y el resultado es espléndido.
A sus 88 años de edad, el incansable realizador detrás de films como Río místico y Golpes del destino, Clint Eastwood, no dirigió una, sino dos películas que llegaron a los cines en el 2018. La primera, 15: 17 tren a París, inspirada en el intento de un atentado terrorista sobre el vagón de un tren. Y la segunda, La mula, película que marca su regreso delante de cámaras desde el drama deportivo Curvas de la vida (Robert Lorensz, 2012).
Basada en un artículo del New York Times sobre la increíble historia real de un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a sus 90 años trabajó traficando droga para el cartel de Sinaloa, La mula encuentra a Eastwood en modo automático. Es decir, volviendo a interpretar al mismo gruñón de pocos amigos que dio vida hace once años en Gran Torino, y el resultado es espléndido.
Earl Stones (Eastwood) es un floricultor de 90 años que atraviesa serios problemas financieros. Sin nadie a quién recurrir, Earl, ante el rechazo de Iris (Alison Eastwood), su hija de la cual ha estado distanciado, y Mary, su ex-esposa (Dianne Wiest), asiste a la fiesta de compromiso de su nieta (Taissa Farmiga), donde recibe una propuesta de parte de uno de los asistentes para ponerse en contacto con un grupo de personas que tienen “trabajo” para él. El trabajo termina siendo el de transportar grandes cantidades de cocina a través de Illinois en una camioneta. Dada su edad y su récord detrás del volante, Earl se convierte rápidamente en la mula más preciada del cartel de Sinaloa mientras Colin Bates (Bradley Cooper), un agente de la DEA, trata de dar con su pista.
Uno podría reducir a Eastwood, el actor, como el arquetipo del “tipo duro” que tanto interpretó en sus años de juventud, pero si algo quedó claro después de Gran Torino es que el director es capaz de imprimir una capa de humanidad tan palpable a sus personajes sin importar lo ermitaños y antisociales que fueran, y eso se siente en La mula.
La película no está absuelta de problemas en su guión que pueden sentirse bastante gratuitos, como cuando Earl, para encaminar la trama, recibe por arte de magia una propuesta para traficar droga o cuando es detenido por un patrullero en una de sus primeras entregas al detenerse para revisar el contenido de lo que estaba transportando. Sin embargo, hay una historia humana en el fondo (la de Earl tratando de reconectarse con su distante familia) que resulta muy genuina.
Uno de los principales atractivos de la película, además de ver a Eastwood dirigirse a sí mismo después de una década, es presenciar la increíble historia de un veterano de la Segunda Guerra Mundial lidiar con narcos, y en ese apartado La mula cumple, sobre todo por el conflicto generacional (y étnico) que se encuentra en medio.
Escrita como una suerte de road movie, La mula se torna repetitiva cuando Earl comienza a traficar la droga (innecesariamente se recurre al uso de títulos para mantenernos informados respecto al número de entregas), pero la película sale a flote gracias al innegable carisma de Eastwood en uno de los roles más profundos de su carrera como actor.