Little Fish, de Chad Hartigan.
A la par de la crisis sanitaria que vive el planeta por la aparición de la nueva variante del coronavirus llega el cuarto largo del director Chad Hartigan (Morris from America, 2016), Little Fish, y vaya que su estreno no podría ser más oportuno.
Sin embargo, esta nueva joya independiente, adaptada de la historia corta de Aja Gabel que se sitúa en un presente no tan distópico en el que todos llevan mascarillas, hace que el coronavirus luzca como una enfermedad benévola en comparación.
Emma (Olivia Cooke) y Jude (Jack O’Connell) son una joven pareja que disfruta de su vida de casados. Todo marcha relativamente bien, pero lo que no sabemos es que el planeta la lleva un tiempo lidiando con una misteriosa e incurable condición conocida como NIA (Neuroinflammatory Affliction) que provoca a los que la padecen síntomas más severos que los del Alzheimer como pérdida de memoria, ya sea gradual o inmediata. Cuando Emma se percata que Jude ha comenzado a olvidar ciertas cosas, trata convencerlo para que se someta a una neurocirugía que podría hacer que conserve sus recuerdos y mantener vivo su amor.
Hartigan no es un nombre que esté suscrito a la ciencia ficción contemporánea de pocos recursos, pero el director nacido en Chipre ha puesto firma a uno de los mejores dramas sci-fi que, en términos formales, remite a otras destacadas obras del género como Another Earth y la última película de Shane Carruth, Upstream Color. Comparaciones con Still Alice y Memento también son bienvenidas, más por el lado de la condición que del concepto futurista.
Si fuera a resumirlo en dos línea diría que la propuesta de Little Fish es parecida a la de Equals, sólo que con más sentir y dos buenos actores en sintonía que la frívola película de Drake Doremus.
La solidez del guion de Hartigan se hace notar desde la misma concepción de los personajes. Emma es una veterinaria que lucha con la idea de tener que sacrificar perros enfermos en contra de su voluntad. Jude es un fotógrafo que a lo largo de su relación ha capturado incontables recuerdos con su cámara. Puede que esta sea una lectura un tanto superficial, pero Hartigan no desaprovecha la oportunidad para hacer que el argumento progrese incluso cuando vemos a Emma y Judd afrontando, sin saberlo, el futuro que les espera. Emma dejando que las cosas sigan su rumbo y Judd a recordar cosas a través de una instantánea.
Todo tiene una razón de ser en Little Fish. El trabajo fotográfico de Sean McElwee es espléndido, el guion de Hartigan no se enreda pese a depender a la fragilidad de la memoria de quienes sostiene el relato (un dispositivo narrativo que se vio, sin mucho lustre, en Before I Go to Sleep), y la química de Cooke y O’Cononell sólo hace que presenciar su destino hacia el desamor sea aun más devastador.
Little Fish es el paquete completo en cuanto a ciencia ficción independiente se refiere. Porque una trama plausible de corte minimalista, y dos protagónicos convincentes, puede más que cualquier escandalosa basura que llegue a Netflix un viernes.
Little Fish es distribuida por IFC Films y llega al Video on Demand y cines selectos este 5 de febrero.