Gritar a los cinco vientos que el cine de terror, el buen cine de terror, está en auge, sería una proclamación prematura. Lo cierto es que cineastas que saben dónde fijar una cámara como Robert Eggers y Ari Aster han hecho más por el género en esta última década que, por ejemplo, la franquicia de Actividad paranormal y sus seis (¡seis!) secuelas.

Si 2022 y 2023 nos trataron bien con Sonríe y Háblame, respectivamente, el gran Oz Perkins mantiene viva la tendencia con Longlegs: coleccionista de almas, quizás la película más perversa y blasfema desde El legado del diablo. Y eso es decir mucho.

Maika Monroe (Te sigue) encabeza el relato como Lee Harker, una hermética agente del FBI que bien podría suplantar a Hugh Dancy en Hannibal. Harker es designada al caso de Longlegs (Nicolas Cage), un asesino serial que tiene aterrorizado a todo el estado del frío Oregon. Deja notas firmadas en las escenas del crimen como si del asesino del Zodiaco se tratara y sigue un patrón bastante definido que tiene a los demás investigadores en un callejón sin salida. Harker, que cuenta con el don de la clarividencia, está convencida que el modus operandi de Longlegs está vinculado a fuerzas más oscuras.

Quienes estamos familiarizados con el cine de Perkins sabemos que el director tiene una pericia innata para concebir mundos sórdidos habitados por personajes arrojados a su propia suerte. Ya sea una lúgubre casa penada (Soy la cosa bella que vive en esta casa), un internado desierto (The Blackcoat’s Daughter) o un tenebre bosque por el que deambulan dos hermanos (Gretel y Hansel), con Longlegs: coleccionista de almas, Perkins nos sumerge en un penumbroso mundo lleno de misterio y satanismo en el que el mal brota por cada plano simétricamente encuadrado.

La primera mitad de la película se despliega como un episodio de Law & Order con Harker yendo, literalmente, de punto A al punto B a medida que ata los cabos sueltos de la investigación. Acostúmbrense a ver su silueta delante de una pizarra de evidencias.

El radical cambio físico de Cage, lo cual fue el punto más grande de la campaña de marketing de la película, es difícil de asimilar, pero su caracterización como el enfermizo y depravado Longlegs comprende una colección de gestos, sonidos y ademanes que asusta más que cualquier sobresalto sonoro en una película de Blumhouse.

El hermetismo con el que Monroe nutre a su personaje sugiere un pasado atormentado por malos recuerdos sobre el cual se respalda el argumento.

Perkins, quien también puso firma al guión, hace un excelente uso de los encuadres, los planos largos y la profundidad para jugar con la expectativa de la audiencia, y con un enfermo como Longlegs al acecho, vaya que funciona.

Sostengo que cualquier película que involucre satanismo debería aspirar a tener la audacia de Longlegs, una de las entregas más siniestras y perturbadoras que ha parido el género en los últimos años.

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