Puente de espías, de Steven Spielberg.
No hay director más prolijo que Steven Spielberg. El veterano cineasta ya ha probado su maestría detrás de cámaras aventurándose con distintos géneros a lo largo de su ilustre carrera. Hacer un repaso por su soberbia filmografía sería un ejercicio redundante, pero Spielberg lo ha hecho de todo, y no le debe nada a nadie. Desde el drama de esclavitud, Amistad, hasta un relato bélico visceral como Salvando al Soldado Ryan.
Su nuevo trabajo, Puente de espías, lo vuelve a reunir por cuarta vez con Tom Hanks, y aunque el drama es una entrada más que aceptable al cine adulto de espionaje, no puede evitar sentirse como una jugarreta propagandista donde la buena América vuelve a confrontar la frialdad (e inhumanidad) de la Unión Soviética. A estas alturas lo que menos esperamos de una película de Spielberg es que se sostenga sobre arquetipos caricaturescos y xenófobos. Hay diplomacia, sí, pero no por eso Puente de espías compensa la dualidad de su discurso.
Cuando un espía soviético (Mark Rylance) es capturado por el FBI, debe enfrentar a la corte por cargos de espionaje. Para probarle al mundo que son los ¨buenos¨, el gobierno de los Estados Unidos le encomienda al abogado James B. Donovan (Hanks) aceptar el caso para darle un juicio justo al aprendido. Convenientemente, durante una misión de reconocimiento, el piloto Francis Gary Powells (Austin Stowell) es derribado en espacio aéreo ruso. Para asegurar su liberación, Donovan sugiere un intercambio entre espías que requerirá de mucha politiquería y poner a su familia bajo el escrutinio público y mediático.
Desde la primera toma, Spielberg quiere ser fiel a la naturaleza de una película de espías que se ambienta durante la Guerra Fría. El director jamás se había involucrado en el cine de espionaje, pero se maneja con tal destreza que su primera incursión por el género pasa desapercibida. Ahora, Puente de espías, un recuento histórico, funciona como un thriller de época cocinado a fuego lento que no necesita de desenlaces frenéticos para llegar a una conclusión satisfactoria de una historia que no intenta sacar provecho de sus facultades que la avalan como un hecho real.
El más grande problema de Puente de espías no sólo eso su interpretación de los rusos, sino también su auto-indulgencia. Por un segundo, el libreto de la autoría de Matt Charman y los Hermanos Coen retrata el anhelo americano por ver al ruso recibir una inyección letal, pero a fin de cuentas, son los rusos quienes terminan siendo interpretados como los barbáricos del relato, aun cuando ejercen las mismas practicas fraudulentas que los americanos llevan acabo.
En su cuarto trabajo con Spielberg, Hanks, como de costumbre, vuelve a deleitar. La honestidad de su personaje cae algo trillada (Donovan es quizás más odiado que el espía ruso al que se supone debe defender por compromiso, mas no por profesión), pero Hanks es tan honesto que es difícil no alinearse con él aun cuando ni su familia apoya su decisión de “traicionar” a su país defendiendo a un espía soviético que recolectaba inteligencia para la KGB.
Puente de espías es un cuidado throwback a las raíces del cine lento, astuto, y calculador de espionaje. Pero, es una película de americanos sobre el conflicto americano con la Unión Soviética en pleno apogeo de la dominación mundial. Complementada por la fantástica fotografía de Janusz Kaminski y la plausible edición de Michael Khan, Puente de espías es una recreación equívoca que no conoce del significado de la imparcialidad.
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