Viejos, de M. Night Shyamalan.
El ego de M. Night Shyamalan debe mantenerse a raya a cualquier costo. Y Viejos es un buen recordatorio de aquello.
Tras recibir las mejores críticas de su carrera desde, bueno, El protegido, estrenada allá por el 2002, Shyamalan añadió a su filmografía otra adaptación que lo mejor hubiese sido que, como su rodaje, quedara en secreto. Porque ver Viejos, desde la perspectiva de alguien que asistió a una escuela de cine, es como estar amordazado atestiguando lo que estudiantes incrédulos llamarían “arte”.
Guy (Gael García Bernal) y Prisca (Vicky Krieps) son una pareja de casados que, antes de su divorcio, acuerdan llevar a sus dos hijos, Trent y Madoxx (Alex Wolff y Thomasin Mackenzin interpretan las versiones adultas) de vacaciones a un resort paradisiáco. A su llegada, son persuadidos por un guía (interpretado por el propio Shyamalan) de visitar una playa en la que encuentran a otros turistas que llegan de a poco a pasar el rato. Pronto, un cadáver aparece arrastrado por la corriente, pero eso no es lo más preocupante, ya que todos comienzan a envejecer a un ritmo acelerado.
Si la historia nos ha enseñado algo es que Shyamalan puede ser un director verdaderamente pedante. Y no sé si ESA portada de Newsweek es la culpable, pero no se me ocurre otro escritor con tan poca conciencia de sí mismo que pueda redactar algo en el Final Draft como, “Siempre estás pensando en el pasado. ¡Trabajas en un museo!”. Tengan en cuenta que esto viene de alguien que, en uno de sus debacles más disfrutables (El fin de los tiempos) prefirió referirse a la limonada como “jugo de limón”.
En el buen guionismo existe un principio fundamental de, “muestra, no digas”. El cine se maneja por medio de imágenes y, como si se tratara de un estudiante de segundo semestre, Shyamalan vocaliza hasta el más mínimo conflicto de los personajes de Viejos, por lo que no resulta raro escuchar cosas como “Si lloro no permitas que me vean”. Más que una película sobre un fenómeno playero, Viejos podría funcionar mejor como una en la que sus personajes padecen de un atrofio cerebral que no les permite tener auto-control sobre lo que sale de sus bocas. Como un virus en plan de suero de la verdad. Y eso hubiese hecho más sentido.
Adaptada de la novela gráfica francesa Sandcastle, la cuestión en torno a Viejos no es lo adaptable que haya podido ser, sino que fue un proyecto que cayó en manos de un director que está tan cómodo con sus decisiones creativas que ahora se da roles secundarios que no hacen más sino distraer.
Está bien. Te vemos, Shyamalan.
Condescendiente al punto del insulto, Viejos es Shyamalan haciéndose en listillo. Shyamalan comiéndose sus propias mentiras. Shyamalan creyéndose esa portada de Newsweek (la que lo exaltaba como, tambores… “el siguiente Spielberg).
Seguro, se podría creer que el interés de Shyamalan por abordar Viejos nace de una crisis existencial de su propia vida personal, pero todo está tan mal ejecutado que hace que el giro final de Obsesión (Steven Knight, 2019) parezca digerible.