Nunca he jugado Warcraft, uno de los RPGs más populares del mundo, pero después de ver su primera iteración cinematográfica, no planeo hacerlo. El director Ducan Jones, conocido por su trabajo en En la Luna y 8 minutos antes de morir, embarra sus manos con una adaptación que fracasa estableciendo el universo donde acontece y que parece estar concentrada en camuflarse como una imitación de El señor de los anillos.
Las personas que gustan de Warcraft y que asimismo gustaron de esta adaptación podrán decir que solamente fue hecha para los que “jugaron el juego”. Pero eso no pasa de ser una justificación igual de ridícula como la de las personas que dicen que Batman V Superman fue hecha exclusivamente para lectores de cómics.
Cuando su mundo, Draenor, empieza a extinguirse, los orcos, liderados por un malvado orco hechicero que va por el nombre de Gul’dan (Daniel Wu), abre mágicamente un portal en Azeroth, el reino donde habitan los humanos, para invadirlo. Dispuestos a neutralizar la invasión de los orcos, los humanos, liderados por Anduin Lothar (Travis Fimmel), harán lo que sea para defender su mundo mientras los orcos se enfrentan a su extinción.
Por lo que tengo entendido, el mundo de Warcraft se divide en cuatro clases: humanos, orcos, elfos, y zombies. El guión co-escrito por Duncan y Charles Leavitt (En el corazón del mar, 2015) toma como punto de partida el conflicto entre orcos y humanos. Es una forma sencilla de abordar el relato, pero ni porque el mundo de Warcraft es literalmente reducido al conflicto entre dos razas para acomodarse a la necesidad narrativa del guión, la historia llega a ser entendible.
Visualmente, Warcraft es una película capaz de mantener tu atención. Las secuencias de acción son entretenidas, el fondo verde está bien disimulado y los escenarios dónde se desarrollan las batallas tienen detalle, pero es difícil entregarse por completo a una película que carece de personajes memorables. El Anduin Lothar del desconocido Travis Fimmel se pierde entre los otros humanos, y Durotan (Toby Kebbell), el único orco capaz de levantar nuestra atención, se siente como un personaje que trata de encontrar protagonismo en su propia película.
Las adaptaciones de videojuegos no son terreno fácil. Nadie lo niega, pero eso no es excusa para justificar a Warcraft, porque no es una buena película. No es sólo malo ver que Warcraft fracase con la crítica, sino que su director, con un futuro promisorio, no haya podido levantar una adaptación que da para más y que se conforma con emular planos de The Lord of the Rings. Duncan Jones puede decir que es fan de Warcraft o lo que quiera, pero ha hecho una película demasiado personal que tiene muy poco interés en introducir el mundo del juego a personas que nunca lo han jugado.
La acción de Warcraft no es ensordecedora. Es hasta cierto punto una película divertida, pero cuando no conocemos lo suficiente a los personajes, o peor aun, el mundo (o los mundos) donde viven, es díficil sentir genuinamente una onza de interés por el conflicto y caos que se manifiesta en el reino de Azeroth.