Nota: Alba llega a los cines de Guayaquil este 9 de Diciembre.
Por Julio Fernando Navas
En Ecuador, todas las miradas estaban este año sobre Sebastián Cordero y su regreso al realismo social con Sin Muertos No Hay Carnaval. Pero de apoco, una pequeña realización nacional estaba dando de qué hablar dentro del circuito de festivales. Se trataba de Alba, el auspicioso debut como directora y escritora de Ana Cristina Barragán.
Con ésta, su ópera prima — dirigió y escribió previamente tres cortos —, Barragán ha transformado una historia bastante sencilla en un honesto y cálido relato sobre lo que significa crecer bajo un hogar (si se quiere) azotado por la tragedia.
Cuando su madre (Amaia Merino) repentinamente colapsa y es internada en un hospital, Alba (Macarena Arias), una niña de once años, se ve obligada a mudarse junto a su padre, Igor (Pablo Aguirre), de quien se ha mantenido distanciada. Mientras su madre permanece bajo cuidados en la casa de salud, Alba no sólo deberá aprender a ser una niña, sino también a reconectarse con su padre.
Desde el primer plano, Alba devela su naturaleza como el tipo de película que es. Un retrato muy intimo que no necesita de palabras — apenas hay diálogos — para hacer progresar al relato. El drama recurre al uso de las emociones (y primeros planos) para traer a la vida un mundo intencionalmente contenido (la intimidad de la historia remite bastante a Room de Lenny Abrahamson), lo cual refleja aun más las fortalezas del guión de Barragán y su dirección sobre los actores.
Además del libreto, el otro punto fuerte de Alba son las actuaciones. Llevar todo el peso protagónico de una película suele ser complicado incluso para actores con recorrido, pero a sus once años y sin experiencia actoral previa dentro de la industria cinematográfica, Macarena cumple con creces poniéndose bajo la piel de Alba, una menor atrapada en la dualidad del mundo de la adultez y la niñez.
A través de su lente, el director de foto Simon Brauer (Sed) logra capturar los momentos más significativos de la lenta transición de Alba a la pubertad. Para una película tonalmente gris y a veces distante, Brauer nos hace sentir que siempre habrá una luz al final del túnel del viaje de Alba.
Muy sutilmente, Ana Cristina Barragán ha logrado un conmovedor y personal coming-of-age que no necesita de mucho para llegar a lo más profundo del espectador. Alba es un verdadero triunfo para el cine ecuatoriano.