Así como el género de horror ha encontrado algo de vida (veremos hasta cuándo) mofándose de sí mismo, Deadpool, la primera iteración del mal hablado anti-héroe de Marvel, llega en un momento en el que el cine de superhéroes ha crecido demasiado para su propio bien.
Hasta hace unos años imaginar una película en solitario de un personaje como Deadpool era impensado. Su naturaleza no puede ser edulcorada para todas las audiencias porque el resultado terminaría siendo reminiscente al desastroso tratamiento que recibió en la igual de desastrosa X-Men Origins: Wolverine. Pensada para un publico adulto y dentro del universo X-Men, Deadpool se concibe como si perteneciera a su propio espectro. Sin embargo, burlarse de sí misma y de otros elementos del cine de superhéroe no es suficiente para una película que tiene serios problemas tonales.
Wade Wilson (Ryan Reynolds) es un asesino a sueldo que disfruta cumplir con su “trabajo” y pasar tiempo con Vanessa (Morena Baccarin), la mujer con la que está comprometido. Cuando es diagnosticado con cáncer terminal, recibe una propuesta de un laboratorio para un tratamiento experimental que puede combatir su cáncer mejorando sus genes mutantes. Cuando el tratamiento desfigura su rostro, Wilson, ahora bajo su nueva identidad, Deadpool, busca venganza sobre el hombre que lo desformó, Ajax (Ed Skrein), un poderoso mutante.
Contrario a lo que pueda parecer, Deadpool no es un personaje extremadamente popular. Digo esto porque, para presentarle a las audiencias al personaje, el guión de Rhett Reese y Paul Wernick (Zombieland) hace concesiones narrativas. Por ejemplo, al explicar que Deadpool rompe la cuarta pared (cuando un personaje reconoce la presencia del espectador) y que está ligado al universo X-Men. Cuando tienes a Colossus y haces referencias al Profesor X y a su escuela, lo último que necesitas es soltar la palabra “mutante” una y otra vez.
Que Deadpool reconozca al espectador no tiene nada malo. De hecho, es probablemente una de las razones que lo hace sobresalir en los cómics, pero es la forma poco sutil con la que el guión introduce ésa característica del personaje donde hay un problema. Deadpool desconoce de sutileza.
Para una película de superhéroes, Deadpool es relativamente pequeña. A diferencia de la grandilocuencia de otros trabajos del universo X-Men rodados con cuatro veces más presupuesto, la escala aquí se siente bastante reducida, y aun con tantas referencias mutantes, es complicado hacer de cuentas que el personaje pertenece a un universo ya establecido que es totalmente diferente.
Las secuencias de acción son ingeniosas, pero se nota a legüas que Deadpool es una película dirigida por un primerizo como Tim Miller. Por momentos, la acción apenas se puede divisar, y es demasiado dependiente de efectos visuales que no son nada del otro mundo.
Donde la película tropieza es en intentar balancear la narrativa entre la vida anterior de Deadpool como Wade Wilson. Lejos de ser un rol memorable de Ryan Reynolds, el film es un tanto más humano (y bizarro) cuando no está bajo la mascara. Pero cuando estamos en su búsqueda por venganza, nos encontramos atorados con una película artificial, y no sólo porque su motivación de asesinar a Ajax sea porque lo desfiguró, aun cuando le salvó la vida, lo cual le ofrece la oportunidad a la película de ofrecer una historia que pretende ser moralista sobre cómo el amor puede superar complicaciones ocasionadas por impedimento físico. El problema de Deadpool es que está convencida que tiene un pase libre para burlarse de todo, de todos (Reynolds hace más de una mención a su pasado superhéroe refiriéndose abiertamente a Green Lantern y Origins: Wolverine), y de ella misma, pero eso no alcanza.
Ahora, sí, Deadpool es una verdadera hazaña porque puede, potencialmente, marcar un antes y un después en este tipo de cine al que los estudios tiende no serle fiel a su material de origen. Ignorando los problemas evidentes de la película, Deadpool es, sencillamente, lo que todos han estado esperando.