Incluso cuando el género bélico carece de un número significativo de exponentes notables, sólo basta con echar un vistazo a las películas que corresponden al mismo para preguntarnos qué resta por ser añadido, o si en realidad hay algo por agregar. Ciertamente ninguna película puede aspirar a alcanzar la visceralidad de Salvando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) o ese sinsentido que se ve en Zona de miedo (Kathryn Bigelow, 2009).

Entre estos dos polos, por así decirlo, se encuentra Dunquerke, la primera incursión de Christopher Nolan dentro del género y su cuarto trabajo en solitario como escritor, el cual dicho sea de paso resulta el más penoso. Nolan merece crédito por meterse en camisa de once varas, otra vez, pero Dunquerke se siente como un pretexto suyo por codearse con los grandes cineastas que han logrado dejar una marca.

3.5/5

Incluso cuando el género bélico carece de un número significativo de exponentes notables, sólo basta con echar un vistazo a las películas que corresponden al mismo para preguntarnos qué resta por ser añadido, o si en realidad hay algo por agregar. Ciertamente ninguna película puede aspirar a alcanzar la visceralidad de Salvando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) o ese sinsentido que se ve en Zona de miedo (Kathryn Bigelow, 2009).

Entre estos dos polos, por así decirlo, se encuentra Dunquerke, la primera incursión de Christopher Nolan dentro del género y su cuarto trabajo en solitario como escritor, el cual dicho sea de paso resulta el más penoso. Nolan merece crédito por meterse en camisa de once varas, otra vez, pero Dunquerke se siente como un pretexto suyo por codearse con los grandes cineastas que han logrado dejar una marca.

Inspirada en hechos reales y situada durante la Segunda Guerra Mundial entre mar, tierra y aire, Dunquerke sigue a los miembros de las Fuerzas Aliadas mientras intentan escapar con vida a pesar de ser superados considerablemente en número por el ejercito de la Alemania Nazi.

Si Nolan merece crédito es por ser un cineasta visionario, pero, como comprobamos en Interestelar, su sobrecogedora carta de amor a la ciencia ficción, su ambición es un arma de doble filo. Y es que el que ha visto las referentes del género no verá gran cosa en Dunquerke, además de la hermosa fotografía de Hoyte van Hoytema, las composiciones de Hans Zimmer o el impecable — y a veces desapercibido — trabajo de sonido.

En defensa de la película uno podría argumentar cómo Nolan y Hoytema lograron encontrar belleza en el corazón de la guerra. Pero deberíamos preguntarnos, ¿eso no se ha hecho ya? Terrence Malick, a quien Nolan claramente admira, ¿no nos entregó una pintura en La delgada línea roja? Quizás, la única singularidad de Dunkirk es que apenas dura cien minutos, pero la ausencia de un protagonista hace que la sintamos tan larga como El puente en el río Kwai (David Lean, 1957).

Los eventos de Dunquerke se desarrollan en tres escenarios, pero en ninguno conocemos a un personaje que sea capaz de conducir la trama, y es porque no existe. Apenas hay diálogo y con suerte podrán recordar nombres. Sin embargo, es rescatable el desinterés con el que la película aborda el concepto de heroísmo. De propaganda Dunquerke no tiene nada.

Dunquerke es un film más contenido donde la tensión y el suspenso fluyen mejor. Aquí no hay grandes explosiones, balaceras interminables o momentos heroicos exagerados. La construcción del heroísmo no es individual, es colectiva. Quizás en eso Dunquerke es diferente al resto. Pero para cuando ruedan los créditos no se puede decir que se ha atestiguado algo memorable.

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