Cazafantasmas no es la peor película del 2016, pero seguramente será la más odiada. Y el problema es que el director Paul Feig y las estrellas del film se han puesto en un plan beligerante contra los “odiadores” para defender a la película. Pero lo que al menos no sospeché es que esa actitud llegase a afectar el producto final. Los “odiadores” lo han conseguido. Los “machistas opresores” han ganado. Este es un reboot para el olvido.
Antes de comenzar, es oportuno aclarar que las personas (quizás, algunas mujeres también) no se oponían a este reboot de Los Cazafantasmas por ser estelarizado por cuatro actrices, sino porque en general nadie gusta de ideas recicladas. O peor aún, que se metan con clásicos sólo para satisfacer agendas sexistas. Porque así es como se siente esta moderna iteración del clásico de 1984 del director Ivan Reitman, quien sirve aquí como productor.
Cazafantasmas no es la peor película del 2016, pero seguramente será la más odiada. Y el problema es que el director Paul Feig y las estrellas del film se han puesto en un plan beligerante contra los “odiadores” para defender a la película. Pero lo que al menos no sospeché es que esa actitud llegase a afectar el producto final. Los “odiadores” lo han conseguido. Los “machistas opresores” han ganado. Este es un reboot para el olvido.
La Doctora Erin Gilber (Kristen Wiig) quiere olvidar su pasado como investigadora (y autora) de lo paranormal para asegurar un trabajo fijo como profesora de física en la Universidad de Columbia. Sin embargo, el libro que alguna vez publicó junto a su colega y antigua mejor amiga, la Doctora Abby Yates (Melissa McCarthy), la hace objeto de burla en el campus, lo cual provoca su despido. Sin trabajo y con su fe por la existencia de los fantasmas rejuvenecida, Erin acepta volver a trabajar con Abby y su nueva ayudante, la Doctora Jillian Holtzman (Kate McKinnon), para ensamblar un equipo de cazafantasmas (complementado por Patty — Leslie Jones —) y así mantener segura a Nueva York de una inminente invasión.
Actualmente, Paul Feig es el mejor director haciendo comedias (Damas en guerra, Chicas armadas y peligrosas y Spy: una espía despistada lo avalan), y lo mismo puede decirse de Wiig (también da para dramas) y McCarthy (sólo bajo la dirección de Feig). Pero es una lastima ver a esta combinación prestarse para una película que sólo piensa en cómo desquitarse del machismo para servir a un tipo de público que cree fielmente en la desigualdad de género en Hollywood, la cual si bien existe, es altamente sobredimensionada.
Esta versión de Los Cazafantasmas no tiene un villano, tiene varios. Y no hablo de personajes fantasmagóricos recordados como Slimer y Marshmallow Man, traídos de regreso tan brevemente que da la impresión que este reboot quiere hacerse un nombre propio a costa de la original. Hablo de todos y cada uno de los hombres que aparecen en la película. Desde el dueño de la facultad de ingieneria donde trabajan las cazafantasmas hasta el encargado de una casa que registra actividad paranormal y el alcalde de la ciudad, interpretado por Andy García. Todos son personajes exageradamente groseros diseñados para “oprimir” a las cazafantasmas.
Y claro, si un personaje masculino no es un completo imbécil con las cazafantasmas, debe ser un completo idiota que usa lentes sin lunas. Y aquí es donde Chris Hemsworth entra a la ecuación como Kevin, el decerebrado secretario del grupo que apenas puede contestar el teléfono. Lo entendemos, Kevin es un personaje empleado como una respuesta a la “caracterización sexista” de la secretaria rubia sin mucho intelecto que se ha visto en otras comedias. Si de algo podemos estar seguros, es que ninguna secretaria ha sido caracterizada de la forma en la que Hemsworth da vida a Kevin, contratado por las cazafantasmas sólo por su atractivo físico.
Cazafantasmas tiene sus momentos de gracia (contados), eso nadie lo va a negar. Pero es evidente que es una película pensada y dirigida a sus detractores, no para las personas de mente abierta que estaban dispuestas a darle una oportunidad a sabiendas que sería usada como una plataforma para hablar de desigualdad de género y contra los hombres que se oponían a ella. Desde ese punto de vista, los “odiadores” ganaron.