Han pasado casi diez años desde la última vez que vimos a Jason Bourne (si se quiere, la versión americana de James Bond) en una película. Para ésta, la quinta entrega de la saga — contando el olvidable spinoff estelarizado por Jeremy Renner, The Bourne Legacy — Matt Damon vuelve a reunirse con el director Paul Grengrass para una película que, al igual que su personaje central, tiene asuntos pendientes por resolver.
La última vez que vimos a Bourne escapando frenéticamente de alguien fue en el 2007, cuando The Bourne Ultimatum, también dirigida por Greengrass, llegó a los cines. El mundo ha cambiado drásticamente desde aquel entonces, ofreciéndole así la oportunidad a esta nueva entrega de sentirse como un regreso fresco para el personaje, aun cuando se exploran los mismos problemas que han venido definiendo el carácter político de la franquicia.
Ha transcurrido una década desde la última vez que alguien vio con vida a Jason Bourne (Damon). Ha recuperado sus recuerdos y se gana la vida formando parte de peleas ilegales. Sin embargo, Nicky Parsons (Julia Stills) reaparece en su vida con la noticia de que tiene más información sobre su pasado y el desenvolvimiento de su padre en su reclutamiento con el programa Treadstone. Cuando Bourne se propone a cruzar el mundo para encontrar respuestas, la CIA, liderada por su director, Robert Dewey (Tommy Lee Jones), y la cabeza de operaciones especiales cibernéticas, Heather Lee (Alicia Vikander), pone en marcha un plan para sacarlo permanentemente del panorama.
Matt Damon fue claro expresando su deseo de volver a caracterizar al personaje siempre y cuando Paul Greengrass esté de regreso en la dirección. ¿Qué tiene de especial esta mancuerna entre el actor y director, se preguntarán? Pues el par ha colaborado ya cuatro veces (contando ésta, sus dos antecesoras, y Green Zone) y siempre ha respondido a las expectativas.
Las películas de esta saga en particular son estéticamente reconocibles por la influencia de Greengrass tanto en la dirección como en el montaje. El thriller es un género que se presta a tener un ritmo más acelerado de lo habitual. Pero Greengrass no hace cualquier tipo de thriller. El director graba los diálogos de tal forma que parezcan salidos de un documental, y no sólo eso. Si pensábamos que la acción de The Bourne Supremacy y The Bourne Ultimatum eran caóticas, Greengrass se ha superado a sí mismo empleando excesivamente el mayor número de planos en la menor cantidad de tiempo posible. Con suerte se puede apreciar un golpe.
Ahora, como había acotado, el mundo ha cambiado mucho en un lapso de diez años, y es ahí donde el film aprovecha la oportunidad para plantear cuestionamientos sobre los derechos de privacidad y la seguridad personal. Desde ese punto de vista, el paso del tiempo juega a favor de la temática de la película y también de Matt Damon, quien da vida por cuarta vez a un Jason Bourne más maduro y letal. Asimismo, Alicia Vikander se apodera del relato apropiándose del rol femenino al que nos hemos acostumbrado a ver a lo largo de la franquicia como una operadora dispuesta a hacer lo que sea para ascender de rango.
Retomar el arco dramático de un personaje después de casi una década puede parecer una medida desesperada de un estudio que está en busca de una franquicia, y quizás lo sea. Pero afortunadamente, diez años después, la angustia de Jason Bourne por obtener respuestas sigue siendo intrigante.