Por Julio Fernando Navas
El cine ecuatoriano se debe a Sebastián Cordero. De todos los realizadores laburando actualmente en Ecuador, Cordero es uno de los pocos — tal vez el único — cineastas interesados en resquebrajar los paradigmas que han moldeado el carácter repetitivo que se ha encargado de definir la identidad del cine ecuatoriano.
Después de poner sus manos sobre una producción más grande como lo fue su pseudo found footage de ciencia ficción, Europa Report, Cordero regresa a sus raíces, al realismo sucio que ha estado tan presente en su carrera como director, para su nuevo drama, Sin Muertos No Hay Carnaval. Puede que Cordero haya regresado a los elementos narrativos que antes constituían su cine, pero éste, su sexto largometraje, se siente como un bienvenido regreso y como algo nuevo al mismo tiempo.
Antes de Sin Muertos No Hay Carnaval, Crónicas, una película que hasta ahora emana pedigree, había sido la más grande referente del cine ecuatoriano. Doce años después de su estreno, Cordero vuelve a ser artífice de una obra muy digna que a partir de ahora no sólo ejemplifica su evolución como director, sino también del cine ecuatoriano en general.
Hace tres años Cordero pudo haber tomado un desvío a la ciencia ficción obteniendo a cambio resultados notables en cuanto al cine de horror se refiere. Pero es evidente dónde se siente realmente cómodo, y Sin Muertos es un fiel reflejo de aquello.
Puede que la premisa de Sin Muertos comparta algunas similitudes con 99 Homes del director Ramin Bahrani. Un drama sobre la crisis inmobiliaria que azotó a Estados Unidos hace algunos años. Pero no por eso deja de ser la excusa perfecta para echar una mirada a la división de clases de Guayaquil, a la relación entre padres e hijos (tiene una pequeña onda a The Godfather con Erando Gonzáles haciendo de Don Gustavo, el patriarca de una familia burguesa de la ciudad y presidente del Deportivo Guayaquil, un equipo de fútbol con su propia barra) y a la naturaleza e instinto animal del hombre.
El guión bajo la autoría de Cordero y Crespo tiene complicaciones dándole rumbo al relato, pero cuando el conflicto principal se dispara (no pun intended), Sin Muertos pasa de ser un drama social a los que nos tiene acostumbrados su director a un thriller frío y calculador (tal cual un “procedural drama”) de una factura notable.
La fotografía de Tonatiuh Martinez (Las Obscuras Primaveras) capta las dos caras de la moneda de Guayaquil y captura hermosos atardeceres reminiscentes a los que vimos no hace mucho en The Danish Girl, los cuales contrastan con los rincones olvidados de la ciudad. Asimismo, el score de Toño Cepeda, Leonardo Helblum, y Andrés Sanchez reafirma la naturaleza de Sin Muertos como un thriller mesurado que poco o nada tiene que envidiar a producciones con más poderío económico.
Doce años tuvieron que pasar para que el cine ecuatoriano tenga algo de que se pueda jactar. Y aunque la espera fue larga, podemos decir que valió la pena. Sin Muertos es lo mejor que se ha visto desde Crónicas.