Incluso si pretendemos por un segundo que Pantera Negra del director Ryan Coogler (Creed: corazón de campeón, 2015) es la película “innovadora” – por el hecho que casi todo el reparto está compuesto de actores negros; ¡cuánta diversidad! – que nos quieren hacer creer que es, no deja de ser un filme que se rige bajo las mismas reglas de otras historias de origen.
Y es que además de ser el equivalente de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017) del Universo Cinematográfico de Marvel desde una perspectiva políticamente correcta, el primer film protagonizado por un héroe de color en casi catorce años va a lugares interesantes y nos introduce a un mundo llamativo como lo es Wakanda. Pero es difícil seducirse por una película que padece de los mismos problemas de las otras realizaciones de Marvel, como una estructura narrativa previsible, alta dependencia de efectos visuales y, a pesar de todo lo que se ha dicho, un villano que no deslumbra.
Después de la muerte de su padre, el Rey T’Chaka, en una conferencia humanitaria en Vienna (Captain America: Civil War, 2016), T’Challa (Chadwick Boseman) regresa a Wakanda para asumir el trono. Mientras T’Challa ejerce su nuevo rol, Ulysses Klaue (Andy Serkis) y Erik “Killmonger” Stevens (Michael B. Jordan) roban un artefacto wakandiano de un museo para venderlo a un traficante de armas en Corea del Sur. Con T’Challa gobernando Wakanda, “Killmonger”, quien después se revela como N’jadaka – hijo de N’jobu, sobrino de T’Chaka –, regresa al reino para retar a su primo por el torno que él cree que le corresponde.
Así como se obviaron las evidentes falencias de Wonder Woman (más remarcadas que las de Pantera Negra), otra película celebrada por su condición de “justiciera social”, la crítica se ha vendado los ojos en lo que respecta a la decimaoctava entrega del siempre creciente Universo de Marvel, pues por todo lo que se ha dicho parece que se hablase de una película de la magnitud de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) o que T’Chala es el primer superhéroe negro de la historia. Ninguna es cierta.
Hablando en términos meramente rústicos, sí, Pantera Negra es otro éxito mediano de Marvel, pero nada descomunal. La representación es importante, pero la diversidad no debería ser considerada un mérito artístico, más aun cuando ya han habido otros héroes negros en el pasado (Falcon, War Machine, Blade, Storm, Catwoman, etc.) de los cuales la crítica se ha olvidado por completo.
El comienzo es bastante sólido y Coogler, junto a su co-escritor Joe Robert Cole (American Crime Story), nos llevan a planos espirituales que enriquecen la noción que el film tiene sobre la cultura africana. Vestuarios, cánticos, rituales. Pantera Negra es una de las películas más vistosas del MCU. Uno podría decir que Marvel ya nos ha llevado a otros lares, como Asgard, pero la diferencia es que Wakanda se siente como un lugar real. Lo que sigue, sin embargo, no es más que la fórmula recalentada de la origin story que ya hemos visto incontables veces. Y por si eso no fuera poco, la rivalidad entre T’Chala y N’Jadaka – no es el peor villano de la factoría de Marvel, pero tampoco está a la altura del Joker de Heath Ledger – parece arrancada del libreto de la primera entrega de Thor.
Uno de los puntos más fuertes de Pantera Negra es que es una de las películas más singulares bajo el logo de Marvel. Wakanda es un país colorido y la cultura de sus habitantes es llamativa (por no decir exótica). Coogler y Cole no descuidan a sus persones secundarios, como la mano derecha de T’Chala, K’Wabi (Daniel Kaluuya), y todos los personajes femeninos, desde Okoye (Danai Gurira), una de las guardaespaldas más temidas de Wakanda, hasta Shuri (Letitia Wright), ávida con la tecnología.
Contrario a lo que se quiere hacer creer tan empedernidamente, Pantera Negra, una película meticulosamente escrita para encantar a los críticos – “diversidad”, personajes femeninos fuertes, crítica política, etc – no ha marcado un antes y un después dentro del género de superhéroes. Habían lugares diferentes (espirituales) por explorar, pero la película se conforma con tomar el camino seguro, temerosa de llevarnos a lugares nuevos.