Bardo, de Alejandro Gonzáles Iñárritu.

4/5

Siete años después de El renacido, Alejandro González Iñárritu nos presenta una hermosa narrativa onírica con una estructura circular que convierte el montaje en una experiencia reflexiva.

Bardo (2022) es un proyecto personal del director y guionista, quien decide distribuirlo a nivel mundial a través de Netflix y, sin embargo, apuesta por su estreno en salas de cine en México dándole la importancia necesaria al público latinoamericano. Iñárritu se pone al descubierto cuestionando su identidad como tal en el personaje de Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho). Silverio es un director de cine mexicano que cuestiona su influencia en la cultura latina y su pertenencia a la misma después de su éxito. La crisis del personaje principal proviene de la recepción mixta del público a su último trabajo, el cual, nosotros como espectadores, podemos entender como la misma película que estamos viendo.

El lenguaje de Bardo puede ser visto como indulgente o pretencioso, pero cumple su función de serlo intencionalmente. La narrativa juega con la figura del director, a veces omnipotente como el narrador y a veces como un hombre fallido, hipócrita y desnudo ante la crítica. La realidad es que Bardo pone bajo un lente satírico las narrativas postcoloniales, rescatando su importancia para las culturas latinas, pero a su vez señalando inconsistencias que provienen de un pueblo mestizo que ha pasado por procesos de homogenización producto de la modernidad.

Como su nombre bien lo dice, falsa crónica de unas cuantas verdades, lñárritu intenta a través de sus fuertes imágenes oníricas señalar una realidad vigente en América Latina. ¿Qué significa ser latinoamericano? ¿Cómo podemos hablar por aquellos que ya no pueden? Lo que observamos en la película es que existe un impasse infranqueable para hablar de nuestra historia y sufrimos de la culpa de no poder encarnarla, después de todo no somos más eso que perdimos en los procesos de colonización y lo sabemos.

Bardo no nos ofrece una resolución a cómo hablar de estas cosas, más bien nos deja con esta inquietud que nos invita a pasar por el mismo proceso autocrítico por el que pasa su autor. Después de todo, se trata solamente de unas cuantas verdades y este largometraje no pretende nunca alcanzar una gran verdad unívoca.

Bardo es lo que necesitamos: una narrativa autocrítica, latinoamericana por excelencia, que nos interroga por quién narra nuestras historias.

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