De Ari Aster.

3.5/5

Desde sus cortos universitarios, el trauma, la pérdida y el rencor familiar han sido temas engranados en lo más profundo de la filmografía de Ari Aster. Es así que el director se gradúa como un maestro en la puesta en escena con Beau tiene miedo, una odisea de tres horas por la psique de un temeroso hombre que inconscientemente odia a su madre.

Desde el abuso (The Strange Thing About the Johnsons) hasta la sobreprotección (Munchausen) y el abandono (Anyway), es claro que Aster, desde sus años formativos, ha gravitado intensamente hacia las dinámicas familiares. En Beau tiene miedo, su tercer largometraje de ficción, el director recoge todos estos temas para componer un collage, no siempre coherente (por diseño), sobre al absurdo de la existencia.

Beau Wassermann (Joaquin Phoenix) es un hombre de mediana edad, emocionalmente inestable, que vive recluido en una pocilga ubicada en un sector marginal de una ciudad ficticia que bien podría ser El Bronx. Sometido por su ansiedad y su miedo al mundo exterior, Beau se prepara para tomar un avión y visitar a su millonaria madre, Mona (Patti LuPonne), para conmemorar el aniversario de la muerte del padre que nunca conoció. Sin embargo, la mañana del vuelo descubre que sus llaves y su equipaje han desaparecido, y no solo eso: su madre ha muerto decapitada por la caída de un candelabro. Tras una larga serie de infortunios, un maltrecho Beau es acogido por una pareja (Amy Ryan y Nathan Lane) enlutada – y altamente medicada – por la pérdida de su hijo militar, quienes se proponen a cuidarlo hasta que esté en condiciones para asistir al funeral de su madre.

Juzgando en base al primer acto, o Beau es el tipo con la peor suerte del mundo o Aster nos obliga a tomar un recorrido por la norma más elemental de la construcción dramática: el conflicto. Ni los personajes de El legado del diablo están tan malditos como Beau y su desdicha, y eso es decir mucho. Claro que el orden de los acontecimientos que presenta Aster no tiene otro propósito sino remarcar la sensación de surrealismo de la obra (y de poner la “comedia” en “tragicomedia”), pero saber por hecho que lo peor que pueda pasar, pasará, resta cualquier tipo de simpatía que podamos sentir en torno a las desgracias que plagan el vivir de Beau.

Midsommar: el terror no espera la noche representó un retroceso considerable en la carrera de Aster (es, a pesar de todo, muy superior a cualquier slasher sobre hippies fumones), pero Beau le permite demostrar que, sin importar el grillete que supone el género, es uno de los autores con más sensibilidades operando en Hollywood. Aquí, en una secuencia que parece salida de un juego de Nintendo, incorpora la plasticidad que ha caracterizado todos sus trabajos, pero lo hace de modo que va más allá de lo meramente decorativo.

Phoenix pone en pantalla una vulnerabilidad que roza en lo infantil. Beau es un hombre que respeta tanto a su madre, tanto que puede que en realidad sea odio producto de un intenso conflicto interno. Piensen en Norman Bates, solo que si las tendencias asesinas. Este fácilmente es el mejor rol de Phoenix desde Nunca estarás a salvo y hasta Joker.

En este mundo hay personas que no nacieron para ser padres y personas que tampoco nacieron para ser hijos, y desde ese sentido Aster ha hecho la película perfecta.

Beau definitivamente requiere un paladar selecto (las tres horas se sienten bastante), pero así como hace poco veíamos a Damien Chazelle consagrarse con Babylon, es satisfactorio presenciar a Aster abordando historias más grandilocuentes al servicio de su innegable talento.

Evidentemente todavía hay gente con cerebro trabajando en Hollywood.

CategoríasCríticas