De Christopher Nolan.

3/5

Las series limitadas existen por algo, ¿no?

Cuando se es Christopher Nolan, un cuasi-autor que deja mejores réditos en taquilla que Michael Bay, las posibilidades son infinitas en una siempre decadente Hollywood. Es así cómo el director de Dunkerque y Tenet fue capaz de trasladar al cine una novela biográfica de 700 páginas sobre la invención de la primera bomba atómica.

A nivel didáctico y hasta cultural, las tres horas de Oppenheimer, el proyecto más ambicioso de Nolan desde Inception, son de vista obligatoria. Es un retrato sobre una mente brillante cubierto bajo envoltura de crónica de guerra fría, tan bien actuada como ambientada, pero urgida por dejarnos saber, a costa de malos diálogos y una musicalización exagerada, que no solo estamos presenciando una de las épocas más decisivas de la historia nuclear de los Estados Unidos, sino también de la humanidad. Lo entendemos, Nolan. Lo entendemos.

Es 1942 y Alemania está a punto de ser vencida en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, se libra otra batalla en los laboratorios, donde el físico teórico Robert J. Oppenheimer (Cillian Murphy) lidera un equipo de científicos en una carrera contra el reloj para derrotar a los Nazis inventando la primera bomba atómica de la historia. El entusiasmo de Oppenheimer pronto se transforma en desesperación cuando presencia la detonación de prueba del dispositivo y los ataques posteriores sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Ante su repentino cambio de postura sobre el uso de armamento nuclear, Oppenheimer sufre una persecución política por mantener supuestos vínculos con el partido comunista.

Nolan es tan brillante dirigiendo acción que es evidente que al director le pesa levantar el pie del acelerador, incluso durante escenas en las que Oppenheimer dialoga con sus símiles en un lenguaje desconocido para nosotros los mortales. No hay ningún intercambio de líneas en el que Nolan no nos esté bombardeando (no pun intended) con el magnifico score de Ludwig Göransson de fondo, lo cual genera una grandilocuencia forzada. ¿Les dije que Oppenheimer liga usando metáforas físicas?

Siguiendo una estructura idéntica a la de La red social (David Fincher, 2010), otra biopic sobre una invención que cambió al mundo para mal, los eventos de Oppenheimer pendulan entre la década de los cuarenta y la deposición, años después, en la que las acciones de nuestro torturado personaje titular pasan por el microscopio. Filmar en blanco y negro esta última parte es uno de los aciertos más grandes de la película, pues es un fiel reflejo del área grisácea en la que se encontró el gobierno de los Estados Unidos al descubrir el poder casi divino (el equivalente a Prometeo entregando fuego a la humanidad) que Oppenheimer les concedió con sus años de ardua investigación. Un poder por el cual se autoproclamó como el ‘destructor de mundos’.

En términos actorales, este es el rol consagratorio de Murphy, quien da vida a un mártir que, como Victor Frankenstein, vive angustiado por el descomunal poder de su creación. El Oppenheimer de Murphy es una contradicción ambulante que brilla tanto como un científico cegado por su ambición así como un activista que lleva sobre sus hombros el peso – compartido – del genocidio de miles de personas. Mención aparte para un irreconocible Robert Downey Jr., quien da vida a Lewis Strauss, miembro de la Comisión de Energía Atómica. Es un regreso triunfal al cine dramático para un actor que en la última década vivió cómodamente dentro de la burbuja de Marvel. El Strauss de Downey Jr. se muestra como un lobista celoso y despiadado movido por el revanchismo político y la paranoia de la guerra fría.

Oppenheimer es muchas cosas: un drama judicial, un retrato sobre un genio que a la final acabó siendo incomprendido y un grito desesperado contra la guerra nuclear. Y funciona como todas ellas. No obstante, esta faceta efectista de Nolan que conocimos en Dunkerque solapa sus propios excesos, a momentos paródicos, con tal de enaltecer la cruzada del mártir más grande del siglo pasado.

Crédito: Universal Pictures.
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