La directora de En espera y Labranza oculta habla con nosotros de cara al estreno de su ópera prima, La mala noche.

Este viernes llega a las salas de cines de Quito, Guayaquil y Cuenca La mala noche, largometraje que marca el debut en el cine de ficción para la directora ambateña Gabriela Calvache.

El día lunes tuve la oportunidad de entrevistar a la realizadora, y hablamos sobre el proceso de escritura de la película, la respuesta internacional que ha recibido, su llegada a un festival como SXSW (South by Southwest) y la distribución de cine en el Ecuador.

¿Qué se siente saber que tu trabajo de casi diez años llega oficialmente a las salas de cine?

“Creo que es el momento más bonito porque cuando uno hace una película es como si habitase con un fantasma. La película es ese ser inconcreto que nadie que no sea la persona que lo está escribiendo puede ver. Es algo que toma un gran espacio de tu vida, tus sentimientos y tu energía. Pasas a una fase que es muy difícil como la de los festivales y la venta internacional. Es un momento de mucho estrés porque en la carrera de un cineasta se validan mucho estos espacios. Ahora siento un momento más relajado, en el sentido que estoy viendo cómo el público está reaccionando. Siento que es la película que yo quería, que sea de autor pero que se conecte con el público por la temática. Creo que la temática de la película merece tener un visionado amplio”.

¿Tu necesidad de escribir parte de querer hacer tus ideas algo tangible?

“No sé si lo que busco cuando escribo es un resultado. Es más como una liberación de inquietudes. Desde chiquita soy una persona que elabora mundos paralelos de una forma muy vívida. Siempre estoy pensando en situaciones e historias, y casi siempre son trágicas y no sé porqué (risas). Siempre estoy pensando en historias, y siempre hay unas que me atrapan más y en esas me estanco”.

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En tu primer documental, Labranza octulta, das voz a personas de clase obrera como los albañiles de Quito. En este, tu primer largo de ficción, pones el foco de atención sobre una problemática de la que poco o nada se habla como la trata de personas. ¿Crees que la visibilización  es un tema que se seguirá presentando en tu filmografía? 

“Es probable porque inconscientemente siempre estoy tratando estos temas. El primer corto que hice se llama Alerta naranja y trata sobre una comunidad en Tungurahua que estaba siendo expulsada porque se había activado el volcán. Fueron echados, pero querían volver y morir en la explosión, lo cual me pareció muy digno. Una decisión profunda de lo que es la vida y dónde quieres estar. Luego hice un corto llamado El espejo que trata sobre tres mujeres de clase alta en Quito que sufrían bulimia. Luego realicé un corto que se llama Hay cosas que no se dicen que va sobre una relación entre dos mujeres. Luego vino Labranza oculta, el cual tiene que ver con darles voz, pero no solamente desde la victimización, sino desde el arte, sobre cuál es su valor como artistas”.

“Siento que ha sido un interés que heredo de mi familia. Mi padre es un periodista que siempre estuvo en temas de justicia social e indigenado en Tungurahua, lo cual me permitió estar cerca de verdad, no desde la caridad, no desde arriba”.

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Como a lo largo de toda tu carrera has tratado con estos temas, ¿sientes que La mala noche es tu obra cúlmine? 

“No, no siento que es mi obra cúlmine. Creo que es mi primera obra como directora de ficción. Veo la película y me gusta. Creo que hay un montón de aciertos, pero siento que cuando la miro me digo, ‘Recién estoy entendiendo cómo funciona esto’. Hay personas que me dicen que no parece una primera película (risas), pero siento que todavía puedo ir por otros caminos que me gustarían explorar”.

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La mala noche fue nombrada Mejor Película Internacional en el New York Latino Film Festival y se proyectó en SXSW (South by Southwest). ¿Crees que la aceptación internacional que ha recibido la película sea de ayuda de cara al estreno local?

“Esperemos que lo sea. No sé realmente cuánto influencian los festivales dentro del público porque veo que muchas de las películas que se venden no son de festivales, mas bien son películas de fórmula, de Hollywood. Pero sí te da un sello de calidad que creo es muy importante porque entrar a un festival AAA es algo que le sucede al 0,0001% de las películas del mundo. No hablo del cine ecuatoriano. En el mundo se producen alrededor de 15,000 a 18,000 películas al año, pero las que terminan entrando al circuito de festivales no suman ni 1,000. Son las mismas, se repiten. A mí me ha pasado. Como que gusta y se hace una bola de nieve. Es un círculo vicioso el tema de los festivales. Estamos hablando de una industria en la que una devastadora minoría es la que termina entrando en el circuito del cine de autor y la gran mayoría no”.

“¿Por qué SXSW es un festival que dice algo de esta película? Es por el tipo de películas que este festival muestra. Los festivales tienen una línea editorial. Una película que se muestra en Rotterdam va a tener una línea distinta de las que llegan a Cannes, que es distinta a la de Berlín o Sundance. En SXSW lo que tiene son películas que siendo muy sensibles y de autor, tienen una conexión con el público. Creo que marca un poco el gusto de la película. Son películas arriesgadas más orientadas al público, lo cual marca un camino. En ese sentido puede ser de ayuda para entender, nosotros desde la producción, qué tipo de película tenemos”.

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¿Crees que una película de género como esta sea la respuesta para que el cine ecuatoriano se gane al público?

“Creo que hay que pensar que el público del cine ecuatoriano no es del Ecuador nada mas. Todas las películas tienen un nicho. La mala noche por la película que es, por cómo luce, por los ritmos que maneja, sí es una película más de público. ¿Por qué el publico ecuatoriano no ha reaccionado bien frente a las películas? Lo he pensando mucho porque obviamente nos afecta directamente a todos, y además porque vengo de haber vivido una experiencia completamente distinta. Yo comencé a hacer cine en el año 99′, estrené mi primera película como productora en el 2000. Cuando estrené una película que se llama Alegría de una vez, la primera que produje, estuvimos 34 semanas en las salas de cine, y me sentí fracasada (risas), porque Shrek estuvo como setenta y no sé cuantas, y porque Ratas, ratones y rateros estuvo mucho más. Entonces, creo que hay que pensar no sólo en la película, sino también en cómo funciona el tema de distribución”.

“Siento que han habido películas ecuatorianas que pudieron haber tenido una mejor oportunidad con la audiencia, pero no tuvieron el tiempo suficiente en la sala de cine. En efecto, el cine de autor tiende a ser más contemplativo, que permea mucho entre una no ficción, en historias que no terminan de contar un plot o termina siendo muy abiertas sin que realmente pase mucho. Siento que la audiencia en general no está acostumbrada a ver este tipo de cine, pero no solo por ser ecuatoriano. No ven este tipo de cine. No ven películas de Francia o de otros países. Siento que ha sido muy injusto echarle la culpa al cine ecuatoriano. ‘Ah, el cine ecuatoriano es no sé que’. No, tú no estás viendo ningún otro tipo de cine que no sea Hollywood. Es un gusto adquirido. Ahora mismo las películas de Hollywood empiezan a ser aburridas para las nuevas generaciones acostumbradas a ver cosas desde sus smartphones en redes sociales”.

“Siento que La mala noche sí tiene otro tipo de entrada. No sé si es que hay que apostarle al cine de género o no. Noto que América Latina está dando un pequeño vuelco hacia el género. Ahora mismo se están produciendo películas a nivel autoral inclinadas hacia el terror y el thriller. Siento que hay un pequeño giro en el cine de América Latina, que vino de una ola contemplativa que fue muy influencia por Argentina, gran influenciador en el cine latinoamericano de la época del nuevo cine argentino. Creo que estamos saliendo de esa ola del nuevo cine argentino y entrando en una nueva ola ligada un poquito más al género”.

“¿Cómo nos mira Europa y qué espera de nuestro cine? ¿Porque quién valida las películas en su gran mayoría? Europa, Europa es quien valida las películas del cine latinoamericano. Y nuestros cineastas son muy europeizados. Muy, muy europeizados”.

¿Te ves fuera de eso?

“No, no estoy fuera de eso. Es muy difícil estar fuera porque tengo veinte años de eso. Pero La mala noche sí lo está. Y yo lo siento porque veo los resultados que tiene. La mala noche funciona en unos mercados que no son los europeos. Funciona mucho en Estados Unidos, en Asia, en países anglosajones. La mala noche tiene otro lenguaje”

En comparación a lo que era, el cine ecuatoriano ha crecido mucho en estos últimos diez, doce años. ¿Crees que de aquí a futuro se pueda convertir en una pequeña industria?

No creo que pueda haber una industria en el cine ecuatoriano mientras no cambien ciertas políticas. Hay algo que ya no depende de los cineastas. Hemos hecho hasta donde se ha podido. Nos hemos multiplicado, se han abierto escuelas, hemos mejorado en calidad, porque antes tenías una película que se estrenaba en un festival y ganaba un premio cada diez, cinco años. Ahora pasa todo el tiempo. Lo que me pasa a mí no sólo me está pasando a mí. En el tiempo en que nosotros como cineastas hemos avanzados, en parte gracias a la creación de una ley de cine y a los fondos, no existen políticas públicas que hayan avanzado mucho más. Nosotros no tenemos cómo financiar películas mas que con el fondo y algún otro auspicio, y quienes pueden ganar ese fondo son muy pocas películas. Para generar una industria necesitas volumen. Por lo tanto, mientras no haya una política pública que permita el incentivo fiscal de las empresas que quieran financiar cine es muy difícil hablar de una industria”.

“Mientras no haya una difusión diferente en las salas de cine. O sea, o más salas de cine o salas de cine que no opten por todas las películas. Ese es otro error a mi juicio. Las salas de cine toman todas las películas. No hacen un eje de calidad con el cine ecuatoriano.  Las salas de cine sí escogen lo que van a distribuir de Hollywood, pero no escoge qué va a distribuir del Ecuador. Creo que deberían limitarse los espacios a películas que no están hechas para cine.

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¿ Hacen falta espacios?

“El cine ecuatoriano es también un cine de público selecto. Hay que tenerlo claro. Y creo que las salas de cine deberían buscar una línea de qué tipo de cine deberían mostrar. Ahora mismo siento que se presenta todo, sin una línea editorial. A mí me han dicho, ‘Fui a ver tal película, y después de ver tal película no quiero volver a ver cine ecuatoriano’.  ‘No se entendían los diálogos, el sonido era un desastre, cortes negros en la edición’. De hecho, en los mismos cines me han dicho que La mala noche no parece cine ecuatoriano porque les suena bien el 5.1 (risas). Creo que es importante atender la calidad para que haya industria. Creo que es importante que cambien las leyes. Creo que es importante que los productores no miren al Ecuador como el único espacio de distribución”.

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¿Crees que a partir que haya un control de calidad el público lo va a notar y comenzará a asistir más?

“Creo que por lo menos debería haber respeto con el espectador. Tal vez me acribillen mis colegas por decir esto porque hay una lucha para que todas las películas ecuatorianas lleguen a los cines. Para mí es un tema muy ingenuo. El cine no es democracia. Es una de los artes más difíciles, selectas y competitivas. Nadie te da en el cine dinero y espacios porque hay que darles a todos. No funciona así.”

Comenzaste a escribir la película cuando conociste a un grupo de niñas en una casa de acogida. ¿Qué te inspiró a abordar aquella la problemática en la forma de un thriller?

“Me fui por ese camino porque quería que la película sea vista por una audiencia más grande. Tampoco es que la película es completamente condescendiente con eso. Es una película que hasta la mitad es muy de autor, que crece hacia un pico. Entonces tienes que bancarte la primera parte para llegar a ese pico, y no todo el mundo se la va a bancar (risas). En ese sentido no se parece al cine hollywoodense donde el plot está en el minuto diez, entonces sí es cine de autor y tiene otra estructura. Pero me interesaba que tenga elementos que sean más digeribles para el público por dos razones: primero porque eso es lo que se me venía a la cabeza a nivel estético cuando oía historias de mujeres que vivían en coerción, que vivían engañadas y bajo mucho estrés. Entonces quería trasladar eso, no desde el cliché, sino desde el miedo cotidiano. Y luego porque al ser más digerible para el público pienso que se puede potenciar la discusión sobre un tema que para mí era fundamental en esta investigación. Un tema como estos a mi juicio no deberían ser tratados en películas que no sean fáciles de acceder. Hay una misión detrás”.